Sin duda alguna la forma de hacer política ha cambiado, se ha venido transformando, no sé, no estoy seguro si su cambio ha sido a favor de una cultura democrática o no. Norbert Lechner y Michel Ignatieff dieron algunos trazos de esos cambios en la comunicación, la crisis de la democracia, el
distanciamiento social de las élites, la ruptura de los mecanismos y canales institucionales de la gestión, entre otros elementos más. Dichos cambios no han sido asimilados por las clases políticas de forma hemogenea, transversal y general.
La mayoría de los políticos en México son generaciones de mujeres y hombres que tienen una visión patrimonialista y unipersonal de los bienes públicos, de los espacios del poder y del uso de los instrumentos del poder para liderar y gobernar.
Ningún Partido Político está exento de está conducta, en todo el espectro de la geometría política hay casos de excesos, abusos, impunidad e intolerancia a lo diferente, irruptivo y, aparentemente, irreconciliable. Es extremadamente sorpréndete ver como pequeñas diferencias o matices en la visión de un asunto generan grandes desacuerdos y profundos conflictos.
La política es violenta desde que nace de percepciones humanas, emocionales y de poder. En más de dos mil años la política y el poder se habían venido transformando en procesos cívicos, ideológicos y racionales. Pero la historia, esa maestra pedagogía implacable, se encarga de enseñarnos que la mayoría de procesos de grandes transformaciones, llamadas revolucionarias, pasan por procesos violentos, sangrientos, irreconciliables hasta que una facción se impone y gana todo.
El otro proceso es la transición democrática de los sistemas políticos. Estos parten sobre la base de algo, ya sea un sistema constitucional, político, institucional o por un caudillo. La diferencia estriba en que los oponentes al acuerdo de quién ejerce el poder, proponen reglas innovadoras y, casi siempre, democráticas para acceder a esos u otros espacios del poder.
En México el mecanismo de transición del poder de 1977 no fue un acuerdo para que en lo inmediato otras fuerzas ocuparán el lugar del PRI, fue un largo, sinuoso y conflictivo camino para llegar a las instituciones que hoy tenemos. Paradójicamente el Partido Político que logró ese proceso se encuentra preso entre su ADN autoritario, la tentación de actores principales y el deseo de sustituir a los que están sin revisar sobre qué y quiénes están.
El PRI va al choque de trenes y, desafortunadamente, sobrevivirán los que tengan más herramientas coercitivas que instrumentos de consensos. ¿Por qué? Por qué no se están escuchando, no se están entendiendo y, en esta decepcionante confusión, todos le hacen el juego al inquilino del National Palace.