Formalmente han dado inicio las campañas políticas. Más de 2,159 cargos de elección en disputa lo que implican, por lo menos, 10,795 candidatos de los partidos políticos para ocuparlos. En las calles, medios y redes sociales se
inicia la difusión de publicidad tendiente a que conozcamos a los aspirantes y así poder definir por quienes votaremos, sin que ello nos dé idea de las pautas que seguirán en sus funciones públicas.
Hoy, desgraciadamente las diferencias ideológicas entre las fuerzas políticas nacionales se difuminan y desestiman, pues no existen propuestas sólo acusaciones y denostaciones. Los debates se centran en la descalificación y el ataque artero y personal hacia los contrincantes, teniendo como punto de coincidencia las acusaciones de corrupción, la ineficiencia gubernamental y el despilfarro escandaloso, que inciden como arietes de agravio hacia una sociedad hastiada y lastimada por el estancamiento económico, la inseguridad y la impunidad.
Las campañas lejos de generar expectación producen hartazgo. Los partidos y su desprestigio hacen que el ánimo de las personas, sobre todo las que se pudieran interesar en la política, decaiga por la desilusión, el exceso de diatriba, la falta de ideas y la frivolidad en los procesos electorales, y todo –desgraciadamente– por no saber transmitir correctamente sus principios y plataformas, donde se concentran sus propuestas y se materializan las diferencias en las visiones de país.
Hoy la crisis se acentúa en el velo de descalificaciones y acusaciones que predomina en el ambiente. Mientras no se retome la ruta de la discusión política civilizada, basada en principios y propuestas, la ciudadanía mantendrá su indiferencia hacia la cuestión pública, lo que redunda, necesariamente, en gobiernos impopulares y carentes de legitimidad, alejados del pueblo al que debieran servir lo que, lamentablemente, incrementa el descontento, el rencor y la ira pública.
@AndresAguileraM