Durante todo este 2015, hemos sido testigos de una serie de noticias que mucho desalientan el espíritu nacional. Crimen, corrupción, impunidad, incompetencia, ineficiencia, son palabras que colman la mayoría de las notas periodísticas de la
prensa nacional, las redes sociales y las conversaciones de café. El discurso político del gobierno no convence; las acciones para abatir estos males se perciben insuficientes y escasos; al tiempo que el discurso de oposición se escucha hueco, oportunista, simplemente contestatario, sin que se aporte o mejore nada. Son simples acusaciones que, a la hora de la negociación política, dejan de existir y parecen como si jamás hubieren ocurrido.
Pareciera que de nada valieron los ofrecimientos de mejoría y bienestar generalizado, hecho hace quince años, cuando se vendió a alternancia política como la panacea y el remedio a todos los males nacionales. Desgraciadamente, existe la percepción que la incompetencia, la incapacidad y el cinismo se han apoderado de todas las expresiones políticas, en vez de las convicciones, principios e ideales que dan forma a sus Declaraciones de Principios; y que ya no hay profesionalismo ni carrera política, desgraciadamente aparece mucho advenedizo que no está capacitado para ejercer las funciones de gobierno, sólo arribistas que, por saber gritar e increpar a las autoridades, llegaron a los cargos electivos y a las oficinas públicas, sin la conciencia, ni el conocimiento, ni la voluntad necesarios para ejercer el poder político.
Los discursos de crítica y señalamientos sólo sirven para incendiar la arenga política, pues no hay partido que sea ajeno a los escándalos de corrupción, ni siquiera esos que se autoerigen como mesías y crearon institutos políticos para agremiar feligreses en vez de militantes. Hoy la política exige acciones firmes y contundentes para ganar legitimidad y no discursos banales y frases huecas que pretenden lavar caras que son impresentables. Es necesario que el gobierno vuelva a construir credibilidad entre la población que hoy percibe a los gobernantes como sus enemigos, en vez de los aliados que deben ser.
Para ello es indispensable estar informados, primero de las funciones que realizan cada una de las instituciones públicas para, después, exigir a cada quién que cumpla con cada una de sus obligaciones. Así, mientras mejor conozcamos lo que hacen las instituciones, podremos exigir, con precisión, el cumplimiento de sus obligaciones, para que –de una vez por todas– dejemos de lado el eterno muro de las lamentaciones para que pasemos al universo de los hechos y realidades.
@AndresAguileraM