La reaprehensión de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, “El Chapo Guzmán”, ha sido una de las principales noticias del año. Su captura representa una reivindicación del Gobierno de la República que se vio brutalmente agraviado por este delincuente quien,
por segunda ocasión, escapó de una de las cárceles de máxima seguridad a cargo del la Federación.
Este hecho representa, innegablemente, un logro para el Gobierno Mexicano, pues “El Chapo”, a partir de su fuga, se convirtió en una de las personas más buscadas por las policías del mundo.
Duró poco más de 180 días en fuga, escondido, corrompiendo autoridades y civiles, en complicidad con la población en los lugares que se fue asentando y con quienes tenía contacto. Todo lo que tocó lo ensució y los comprometió.
Su captura –aunque lo pretendan escatimar– se llevó a cabo gracias al actuar disciplinado de los cuerpos de seguridad e inteligencia del Estado.
Sin embargo, no se puede perder de vista un hecho innegable: si “El Chapo” se fugó fue por las deficiencias de las propias instancias del Estado. Fue responsabilidad de las autoridades penitenciarias, por haber flexibilizado la seguridad y no haber hecho las revisiones estructurales del centro de reclusión, lo que hizo más factible la fuga; fue responsabilidad de las instancias de inteligencia por no haber previsto las condiciones de riesgo que implica tener un reo con las características de Guzmán Loera y haber alertado a las dependencias competentes para que realizaran acciones de mitigación; pero sobre todo, ha sido responsabilidad del gobierno y de la sociedad el haber tolerado –flagrante y complacientemente– tanta impunidad y corrupción, sobre todo en las áreas de seguridad, procuración e impartición de justicia, lo que ha hecho que hoy la situación sea más que preocupante. Sí, efectivamente, esos son hechos que están a la vista de todos. Los éxitos y desaciertos, todo es público.
Cada quién con su responsabilidad y cada quién con su reconocimiento. Lo que no se vale es que las autoridades se excedan en un triunfalismo desequilibrado; así como que tampoco es justa la campaña de desprestigio y demérito a la detención de uno de los criminales más buscados de la historia moderna del mundo, pues existe mérito en ello, sobre todo de aquellos que están alejado de las cámaras y reflectores.
Es justo reconocer al gobierno porque hizo su trabajo, así como es por demás necesario exigir que castigue –ejemplarmente– a los malos servidores públicos, de todos los niveles, que faltaron a su compromiso con la sociedad y permitieron, por acción u omisión, la fuga y la evasión de uno de los presos más notorios y peligrosos de los últimos tiempos. Eso, considero, es equilibrado y justo. Cualquier otro extremo es –por demás– visceral, subjetivo y desproporcionado.
@AndresAguileraM