El mundo se encuentra convulso. La desilusión hacia la política y lo gubernamental se apodera del inconsciente colectivo de la gente. Hoy –como lo he comentado en colaboraciones anteriores– todo aquello que se perciba como “antisistema” tiene una gran aceptación, como un mecanismo contestatario de protesta de la gente hacia la
indolencia de las clases políticas de las naciones que, día con día, pierde más legitimidad y cercanía con quienes debiera servir. Los políticos y gobernantes no generan empatía, se perciben como falsos, mentirosos, perversos y ambiciosos.
Ante un mundo en el que la respuesta ante la inconformidad política es el “antisistema”, la gente, a través de los sistemas democráticos, le está entregando el poder político de las naciones a personajes impresentables, que lograron empatía a través del odio y el descontento. Tal es el caso del señor Donald J. Trump, quien inició su mandato cumpliendo sus dichos: la salida de los Estados Unidos de América (EE.UU) del Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TTPCE) y autorizando la construcción de ductos energéticos a lo largo del territorio norteamericano.
El señor Trump ha reiterado –vía Twitter y en sus estruendosos y mal estructurados discursos– que revisará las condiciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sobre todo en lo relativo a su relación con el Estado Mexicano, al que, recurrente y permanentemente, lo ha calificado –por decir lo menos– como un país agreste a los intereses del EE.UU. Como candidato, calificó a los mexicanos como narcos, violadores, ladrones y criminales.
Por ello, la mayoría de los mexicanos –si no es que todos– hemos calificado los dichos de Trump, como una agresión directa y contumaz a nuestro país. Nuestra nación está lastimada por las palabras de quien hoy se erige como líder de un país vecino y al que hemos tratado como socio comercial y par en un bloque económico del que compartimos beneficios y obligaciones.
En esta lógica, y ante las agresiones del exterior, es indispensable que se generen respuestas firmes y decididas, en las que se haga valer la soberanía de la nación mexicana, por encima de intereses económicos y comerciales; de las divisiones y molestias por los problemas cotidianos; de las diferencias políticas e ideológicas; de los egos, de las personalidades o las personas.
México debe estar primero y muy por encima de las coyunturas y los pleitos entre partidos. Para ello se requiere de un gran nacionalismo, ese de a de veras y no del que utilizan para la perorata demagógica. Ese que se aprecia y hace trascender a las personas en las páginas de la historia, y no el que se crea a través de la mercadotecnia y la imagen pública. Sí estimado lector, ese nacionalismo del que, por desgracia, carece toda la clase política mexicana. Retomar el nacionalismo, por la mayoría de los mexicanos, es la verdadera respuesta al bárbaro que hoy se sienta en la oficina oval de la Casa Blanca estadounidense.
@AndresAguileraM