Eran las 13:15 horas del 19 de septiembre de 2017, momento que se volverá referente en la historia de México. Nuevamente, como hace 32 años, la fuerza de la naturaleza nos mostró lo finitos y vulnerables que somos. La Ciudad de México, sus habitantes, construcciones, edificios y monumentos se estremecían ante el poder incontenible de la Tierra.
Para quienes estábamos adentro de un inmueble, los segundos transcurrían de forma lenta al tiempo que las estructuras, trabes y columnas se movían de un lado al otro. Millones de personas vivimos momentos de un terror indescriptible, comparable —quizá— con la sensación que padecen aquellos que han sido condenados a muerte.
El temblor cesó. Los inmuebles poco a poco dejaron de moverse. En la mayoría de los casos, la gente los pudo desalojar. En otros, las estructuras cedieron y se colapsaron, dejando en su interior a un número, aún indeterminado, de personas atrapadas entre escombros. La incertidumbre, el desconcierto y el descontrol comenzaron a apoderarse de quienes, ya fuera de peligro, intentaron comunicarse con sus familiares, amigos y conocidos.
Las líneas tradicionales de comunicación dejaron de funcionar. Los teléfonos, tanto fijos como celulares, se habían caído. Sólo quienes tenían acceso a internet lograban comunicarse, ya fuere por WhatsApp o cualquier otra aplicación similar. La desesperación por contactar a los seres queridos llegó a apoderarse de varias personas. Los rumores se difundían a una velocidad vertiginosa, al tiempo que la angustia se apoderaba de quienes caminaban sin encontrar medio de transporte que los llevara pronto a sus destinos.
Pese a ello, poco a poco la gente comenzó a cobrar consciencia sobre la situación que estábamos viviendo: la Ciudad de México estaba viviendo una condición de emergencia como hacía tres décadas no había ocurrido.
Nuevamente la solidaridad se apoderó de muchas mujeres y hombres que comenzaron a organizarse para ayudar a sus congéneres. Este sentimiento fue colmando a las autoridades que, en cumplimiento de su deber, tomaron cartas en el asunto y cumplieron con los protocolos establecidos para las emergencias. Fuerzas armadas, policías, bomberos, médicos, paramédicos, empresarios, oficinistas, maestros, amas de casa, estudiantes, recordaron lo que es verdaderamente importante y dejaron todo con tal de ayudar a los demás. La ayuda se ha volcado y la necesidad por ayudar se ha manifestado de diversas formas.
México demuestra las razones de su grandeza y el origen de su fuerza: la nobleza de su gente que deja atrás enojos, enconos y agravios, a fin de volcarse a ayudar a quienes han padecido un grave daño en su vida y patrimonio. Ese sentimiento que se apodera de su actuar y se materializa en el deseo incontenible y desinteresado por ayudar, es lo que hace que, ante la adversidad, nuestro país siempre salga adelante. La solidaridad es la más valiosa de las virtudes de los mexicanos, pues es la que salva vidas y rescata personas de entre los escombros; es la que hace que lo que parecía imposible se logre y lo que, antes era difícil se vuelva fácil.
Así una de las grandes lecciones de este terrible suceso es que, mientras tengamos la capacidad de actuar en solidaridad, los mexicanos podremos lograr cualquier cosa que nos propongamos. #FuerzaMéxico
@AndresAguileraM