La relación bilateral entre México y los Estados Unidos de América siempre ha sido muy compleja. Hoy en día, vive uno de los momentos más álgidos de la historia moderna de ambos países. El presidente Donald J. Trump, ha señalado —incesantemente— que la frontera con México es una amenaza para su país. Ese discurso, plagado de xenofobia e intransigencia, le acarreó los adeptos necesarios para alcanzar la titularidad del Ejecutivo
de la Unión Americana; por tanto, está más que obligado a mantener esa postura sin importar la consecuencia.
En este ánimo —burdo, inapropiado y carente de todo sentido de diplomacia— Trump espetó una clara amenaza de desplegar tropas estadounidenses a lo largo de la frontera sur de su país, aduciendo que la inmigración y la incursión de drogas ilegales, son amenazas a la seguridad estadounidense, lo implica una condición de inestabilidad en la región, que inminentemente, tendrá repercusiones tanto económicas, como políticas y sociales.
Sólo en México, que está inmerso en un complejo proceso electoral, esta declaración ha generado reacciones en amplios sectores de la población que, de forma unánime, le exigen al gobierno una postura firme y decidida frente a este agravio. Sin embargo, la respuesta del Gobierno Mexicano, presuntamente en alusión a protocolos y cánones, se ha constreñido al envío de notas diplomáticas y a declaraciones tímidas y carentes de contundencia; lo que se percibe como una postura blanda y temerosa de la reacción del gobierno norteamericano. Por su parte, los candidatos a la Presidencia de la República también han sido —por decir lo menos— timoratos, como si todos se hubieran puesto de acuerdo sólo para mantenerse grises ante esta situación.
No hay nada más grave para un país que ser recipiendario de una amenaza armada a su territorio. El anunciar la posibilidad de desplegar a su ejército a lo largo de la frontera, se podría llegar a interpretar como una acción de guerra, por ello, no hay cautela que justifique la falta de firmeza y condena a una medida de esta naturaleza. Por el contrario, ignorarla o “pecar de cautos” podría considerarse como una omisión asimilada a la traición.
Sin embargo, no se percibe en el horizonte a nadie —ni los que están en el gobierno, ni los que aspiran a dirigirlo— que tenga los tamaños para imponer la soberanía mexicana a las pretensiones megalómanas y populistas del Presidente Norteamericano. Por el contrario, las posturas, tanto de candidatos como del gobierno, navegan entre lo burdo y lo mediocre, sin que alguien, con la cortesía diplomática que el caso requiere, pueda imponerse a las pretensiones prepotentes e imprudentes del gobierno norteamericano.
Así a México se le presenta un nuevo escenario ennegrecido por la impericia e ineptitud de su clase política. Una relación tirante, en uno de los peores momentos de nuestra historia, en donde el mundo padece la imprudencia de un mandatario con un gran poder bélico, económico y político mundial, y donde nuestro país requiere de algo de lo que hoy carece: de una clase política capaz, competente, firme y con un profundo y contundente amor por su país.
@AndresAguileraM