Durante los últimos meses los medios de comunicación han dado cuenta del incremento de la violencia en el territorio nacional. Así, el crimen organizado, haciendo gala de
cinismo, hace uso de la fuerza en pos de sentar los reales de su funesto poderío en diversas poblaciones del país.
La delincuencia es un fenómeno que, si bien ocurre en todo el mundo, cierto es también que sucede con mayor o menor frecuencia dependiendo de las condiciones propias de cada Estado y sociedad. En México, durante las últimas décadas, el fenómeno delincuencial ha crecido de forma considerable. Sus orígenes son muy variados y multifactoriales, siendo las principales dos cuestiones innegables: la impunidad y la corrupción.
La impunidad —sin duda— tiene su origen en la ineficiencia de las autoridades encargadas de la prevención, persecución, sanción y readaptación de quienes delinquen; pero también su origen e incremento tienen sustento en la tolerancia, aceptación y/o indiferencia de la sociedad frente al fenómeno delictivo.
Hoy al escuchar los noticiarios y leer los medios de información masiva, observamos que se da cuenta de un sinnúmero de delitos. Asaltos, asesinatos, secuestros, fraudes, tráfico de narcóticos, aunado a los reiterados escándalos de corrupción que implican peculados, cohechos, abusos de funciones y conflictos de intereses, inundan las páginas de los diarios de forma rutinaria. La sociedad mexicana se ha familiarizado tanto con estos penosos hechos que, pareciera, se ha perdido a tal grado la capacidad de asombro que parecen formar parte del paisaje cotidiano.
Esa lamentable indiferencia es parte importante de lo que nos hace vulnerables ante los embates de la funesta delincuencia. Sin disculpar o escatimar la responsabilidad al gobierno y a las autoridades —que en mucho tienen culpa en ello— es también necesario aceptar que, como sociedad, hemos sido tolerantes hasta el absurdo de no sólo justificar a la delincuencia, sino —incluso— hacer una apología de ella, tanto que existen espacios de entretenimiento y series televisivas que, además justificar el funesto actuar de los delincuentes, los muestran como personajes dignos de admiración, volviéndolos modelos a seguir para un número importante de personas.
Uno de los grandes retos de la sociedad mexicana de la actualidad, es terminar con la ola de violencia y delincuencia que azota una porción importante del territorio nacional. Las autoridades tienen mucho de culpa y mayor responsabilidad en la atención de este problema, pero ello no implica que la sociedad nos quedemos inertes, esperanzados a que llegue alguna deidad a solucionarnos mágicamente la situación. Parte importante en esta lucha es —precisamente— dejar de lado la infame indiferencia ante la criminalidad, mantener la indignación y el asombro ante la falta de respeto a la dignidad humana que ejerce la delincuencia, pues ellos son —hoy en día— los principales violadores a los derechos humanos.
@AndresAguileraM