La elección de julio de 2018 ha traído consigo varias transformaciones a la par que ha dejado al descubierto varias deficiencias que se habían venido gestando en el ámbito
político nacional.
Innegablemente el resultado electoral fue producto de un hartazgo atizado, principalmente, por el rencor y la falta de condiciones de bienestar en la sociedad, aderezado por la frivolidad y la indolencia de una clase política que, cínicamente, exhibía los excesos a los que tenían acceso al amparo del poder político. La gente se cansó y votó —más que por convencimiento con ira—para sacarlos del control de las instituciones estatales y para obligar a todo el sistema político mexicano a reinventarse y recomponerse.
A primera vista, pareciera que los electores mexicanos voltearon a ver al sistema de “partido único” y minimizar, en oposición, a quienes fueron derrotados en la contienda electoral y que, consecuentemente, perdieron el poder que dilapidaron durante décadas. Sin embargo, no podemos perder de vista que la oposición, en su conjunto, representa a un sector importante de la población que no coincide con quienes hoy detentan el poder político. Ahí estriba su importancia y más en un país que aspira a tener un sistema democrático y representativo.
Desgraciadamente los partidos de oposición se encuentran no sólo moralmente derrotados —como lo afirma el Presidente López Obrador— sino operativamente desarticulados con acciones opositoras erráticas y hasta complacientes; sus dirigentes sometidos tanto por complicidades como por negociaciones políticas con finalidades poco claras, y víctimas de sus propios procesos y grupos internos para disputarse el control por las dirigencias de los propios institutos políticos, lo que ha dejado en la orfandad a ese sector de la población que es discordante con el régimen, su gobierno y sus políticas.
México es una nación plural y que —guste o no— en su historia como nación independiente, ha prevalecido la voluntad por ser una república democrática y representativa, en la que todas las formas de pensamiento tengan voz en el parlamento y en los órganos de decisión del gobierno. Por ello es imperioso que la sociedad, sobre todo aquellos que no coincidan con la visión, objetivo, programas y acciones del actual gobierno, le exija a los partidos políticos de oposición que cumplan con su función a cabalidad.
Una oposición articulada en torno a ideologías claramente definidas es condición indispensable para que una democracia se conduzca sanamente. Mientras esto ocurra, la sociedad tiene opciones para pronunciarse respecto de los asuntos públicos de interés general; si esto no ocurre, se atiza el desencanto por la democracia, lo que provoca que los sectores que no se sienten políticamente representados, volteen a ver opciones ilegales y altamente riesgosas para la estabilidad y la tranquilidad de la vida social de la república.
@AndresAguileraM