Hoy vivimos una situación de emergencia derivada de la proliferación de una enfermedad de reciente descubrimiento, provocada por un coronavirus, denominada “COVID-19”, que
tuvo su primer brote en la región de Wuhan, China. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el microorganismo pertenece a una extensa familia de coronavirus que afecta tanto a animales como a humanos y que provoca afecciones respiratorias que van desde el resfriado común hasta el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS).
El COVID-19 se ha vuelto una pandemia, lo que implica que se han detectado casos en la mayoría de las naciones del orbe. Se tienen registrados poco más de 200 mil casos de personas infectadas y más de 8 mil defunciones provocadas, en su mayoría, por complicaciones derivadas de los síntomas que genera esta enfermedad. En este rubro, los países con mayor taza de mortalidad son: China, seguida por Italia, Irán y España. La población más afectada son los adultos mayores de 65 años; los que padecen de diabetes y tienen afecciones respiratorias crónicas.
Según la OMS, el COVID-19 se contagia, preponderantemente, por el contacto humano, por lo que es —siendo claros— altamente contagioso. Por ello, es que varios países tomaron la determinación del confinamiento para detener el movimiento y dinamismo de las urbes, con lo que se busca evitar los contagios.
En México, los brotes son recientes, los primeros casos de detectaron el 28 y 29 de febrero y, paulatinamente, han ido incrementando. Hoy, 18 de marzo, se han confirmado 93 casos de COVID-19 en México, sin que, hasta el momento, existan víctimas mortales. Sin embargo, la tendencia inevitable es que los casos aumenten de forma exponencial, pues así ha sido la experiencia en otras naciones como España e Italia.
Ciertamente ningún sistema de salud público está preparado, al cien por ciento, para atender una pandemia y menos una infectocontagiosa de esta naturaleza. En España, las autoridades han dispuesto —incluso— de los sistemas de salud privados para atender este brote.
Por todo esto, es indispensable que ningún país escatime en medidas preventivas para evitar la propagación del virus y sus efectos nocivos para la población. Sin embargo, tampoco podemos perder de vista que estas medidas inevitablemente traerán consecuencias que incidirán directamente en la economía de las personas, en especial de quienes viven al día y dependen de la actividad cotidiana de la sociedad.
Ante este escenario, los países más desarrollados del orbe han adoptado programas emergentes para atenderlos y, sobra decir, que ahí llegan a ser insuficientes. Por ello el reto de México es mayor y dependerá, en mucho, de la visión de Estado de quienes dirigen las instituciones saber atender esta situación anómala y los efectos colaterales que traerá consigo esta pandemia.
@AndresAguileraM