Reflexiones de cuarentena: Dos caras de una misma moneda.

Todo parece indicar que la “Nueva Normalidad” ya es una realidad. Poco a poco comienzan a

 reactivarse las actividades económicas. Restricciones continúan y, al parecer, serán parte de lo habitual. Ni los contagios ni las lamentables defunciones han cesado. Los médicos siguen trabajando jornadas extenuantes, arriesgando su vida para salvar la de otros. Seamos empáticos y responsables, mantengamos el distanciamiento social y el uso de todos aquellos medios que nos eviten contagiar y contagiarnos.
Durante este tiempo de encierro recibimos noticias de que la delincuencia no ha parado. Los homicidios dolosos aumentan, aún y cuando el Sistema Nacional de Seguridad Pública insista en su baja al compararlo con marzo de 2020, el mes más violento de la presente administración. La disputa entre los grupos delincuenciales por los territorios persiste; las rutas de distribución ya no están pactadas y son permanentemente peleadas y el reclutamiento y engrose de sus soldados, pese a los intentos gubernamentales por alejar a la juventud de esos males, continúa embaucando a cientos de menores que ven en el crimen organizado una opción para enriquecerse de forma rápida.
En estos días, es necesario tratar a la delincuencia como un fenómeno social de profundas raíces y condiciones particulares a considerar. La principal es que su ejercicio como su combate forman parte de una misma moneda y que debe atenderse en forma paralela. Me explico.
Para solucionar un problema primero hay que conocerlo a fondo para después comprenderlo. Ello hace indispensable la experiencia; inmiscuirse en las entrañas, condiciones y circunstancias que rodean a la criminalidad; vivirla, afrontar las complicaciones que afronta para desarrollarse e —incluso— conocer las bondades y privilegios que trae consigo. Así se conocen tanto las fortalezas como las debilidades del adversario a quien se pretende combatir.
En ambos bandos saben que hay que conocer al adversario para afrontarlo y, en ese medio —nebuloso e indefinido— es que se encuentran y desenvuelven sus operadores que son tentados y sucumbidos para transitar de un lado al otro entre fortalezas, debilidades, privilegios, egoísmos, traiciones, lealtades, principios y conveniencias.
En esa maraña de complejidades sociales, lo único que —en principio— diferencia a los operadores de uno y del otro lado son las virtudes y valores. Mientras que las fuerzas del orden y seguridad del Estado son impulsadas por obligaciones legales y morales de bienestar público, las organizaciones criminales basan su actuar en ambiciones, pasiones y pretensiones egoístas, individuales, de grupo o facción, lo cual hace aún más complicada la puesta en marcha de una estrategia efectiva contra el crimen porque —en esencia— la pelea es por imponer una escala de valores sobre otra. Una impuesta desde las aspiraciones más altas de perfección; la otra desde lo más bajo y decadente de la realidad humana.
Tarea titánica para cualquier gobierno y más para aquel que no tiene claro la razón de ser y existir del Estado y sus instituciones.
@AndresAguileraM