El COVID-19 sigue manteniendo con nerviosismo al mundo. Esfuerzos gubernamentales, organizaciones mundiales, universidades y centros especializados trabajan día y noche para encontrar vacunas y tratamientos eficientes que logren aminorar los síntomas y afecciones que provoca este coronavirus en los humanos.
El gobierno de México presentó ante la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias, cuatro proyectos para participar en la búsqueda mundial de la vacuna, al tiempo que se pretende obtener financiamiento para su desarrollo. Enhorabuena para nuestro país.
Desgraciadamente las cuestiones del COVID-19 no son las únicas que nos aquejan como sociedad. La proliferación e incremento en la incidencia y efectos funestos del crimen organizado y sus prácticas violentas siguen formando parte de nuestra cotidianidad. Ni el virus o el encierro los han detenido y, al parecer, no hay situación que logre menguar las funestas repercusiones de su actuar en la vida social. Siguen siendo parte del crisol de la vida en el territorio nacional y, también, imagen que trasciende fronteras. Lamentablemente vivimos una dicadura del crimen.
Los grupos criminales varían su actuar y diversifican su perniciosa influencia sin tregua a la sociedad. Mientras aterrorizan comunidades y reclutan por la fuerza a jóvenes para formar parte de las filas criminales, sus dirigentes se incrustan en sus estructuras, a modo de fachadas, para —de alguna manera— limpiar el origen de las jugosas ganancias que obtienen por la actividad criminal; se disfrazan de “empresarios” ensuciando —e implicando— a quienes legítima y legalmente han emprendido negocios en el marco de la ley; presumen impúdicamente un estilo de vida en los que coinciden por igual con empresarios, altos directivos de transnacionales, funcionarios públicos, políticos y hasta con los altos jerarcas religiosos del país.
Hoy son más cínicos que nunca, así como lo es su relación con las autoridades. Baste recordar, recientemente, una boda en la que, no sólo hubo reseñas en las secciones de sociales de los diarios, sino que fue notoria la asistencia de personas de la “alta sociedad” y hasta de la “clase política”.
Toda esta reseña viene a colación por el atentado que sufrió el Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch el viernes pasado. En una de las avenidas principales de nuestra capital, en medio de una de sus colonias más acaudaladas, se llevó a cabo un operativo criminal, con un alto poder de fuego, teniendo entre sus víctimas mortales a personas del “pueblo” que se dedican a trabajar para subsistir, refrendando lo falso de los argumentos de los apologistas del delito.
No son más que vulgares ambiciosos que idolatran al dinero, a quien sirven y por el que están dispuestos a todo, incluso, hasta sacrificar su modo de vida y el de sus familias, sin que, para ello medie algún tipo de consideración moral o social, lo que nos somete a una dictadura de la que sólo podremos salir, en la medida en que reforcemos la legitimidad del Estado democrático y a sus instituciones.
@AndresAguileraM