El crimen organizado tiene sus orígenes a principios del siglo XX, donde grupos delictivos dejaron de lado la improvisación y el individualismo para corporativizarse en su actuar, al tiempo que se especializaron en actividades delictivas vinculadas,
tendientes a lograr un objetivo primordial: obtener ganancias. Surgen, prácticamente, como consecuencia de las políticas prohibicionistas. Todo aquello que sea proscrito se vuelve deseado y, al serlo, es susceptible de comercializarse y —con ello— obtener jugosas ganancias.
A partir de este intento moralizante de la religión y el gobierno, se fueron gestando organizaciones complejas encargadas no sólo de realizarlas, sino de proteger y resguardar sus medios de producción y distribución, al tiempo que se encargan de crear mecanismos complejos para legitimar las ganancias obtenidas . La industria de lo prohibido siempre ha sido una fuente importante de riqueza. Mientras mayor sea la prohibición; mayor es el costo para obtenerlo. Muestra clara de ello es que, a partir de la cruzada emprendida por el gobierno de los Estados Unidos de América contra las drogas en la década de los ochenta, esa gran jornada de prohibición, fue el origen del gran imperio transnacional del narcotráfico.
Ante ello, podemos afirmar que era sólo cuestión de tiempo para la consolidación de la industria criminal. Como toda actividad económica redituable, el crimen organizado ha logrado acaparar un gran poder económico, con lo que se ha incrustado tanto en instituciones gubernamentales como en procedimientos legales para legitimar y disfrazar su actividad.
Su naturaleza implica crear complicidades y redes de poder que permitan la realización de sus actividades. La corrupción y la infiltración en las instituciones gubernamentales son parte fundamental de la delincuencia organizada. A través del dinero tienen un poder operativo sumamente efectivo, que le dan acceso a cualquier recuperación, a los medios y recursos gubernamentales para proteger sus actividades y, sobre todo, las ganancias que obtienen de la actividad.
Asimismo, genera arraigos en las comunidades en las que asienta sus reales. Crea lazos entre sus integrantes, les brinda trabajo y protección, subsanando las deficiencias del gobierno y paliando las carencias y deficiencias del sistema económico, con lo que también propicia las complicidades para protegerse y propiciar inmunidad. Utiliza las necesidades de la gente y, con ellas, crea escudos humanos para esconder sus estructuras, lazos e intereses.
Como podemos ver, el crimen organizado ha logrado consolidarse como un factor real de poder, cuyo actuar incide, inminentemente, en la vida y dinámica de las sociedades. Como tal, al estar ajeno al gran pacto social del que surgen los Estados Nacionales, hacen que la seguridad y certeza para los individuos que —por cierto— es su obligación fundamental, esté en riesgo.
Los factores reales de poder son los que generan el gran pacto social del que surge la estabilidad necesaria para el desarrollo individual de las personas que conforman al Estado. Si alguno de estos se encuentra fuera del acuerdo, se vuelve un factor disruptivo que pone en riesgo la estabilidad y el desarrollo de los países.
@AndresAguileraM