De las experiencias que más han marcado mi vida y mis decisiones profesionales, fue una conversación que tuve con mi padre —hace ya algunas décadas— y que me hizo tomar conciencia de la importancia que tiene el servicio público en general y la Presidencia de México en particular.
En una mañana sabatina en la que desayunábamos, salió a la conversación que —en algún momento de su vida profesional— había presenciado una reunión con un Presidente de la República, en donde se trató un tema de seguridad nacional —que abordaré de forma genérica— pues implicaba la decisión del envío de fuerzas armadas a ciertas comunidades rurales y depauperadas en el sur oeste del país, para quitarles el control social, ilegal e ilegítimo, a grupos criminales, disfrazados de subversivos, que habían expulsado a las autoridades municipales y estatales de la zona. Ahí —con cierta ingenuidad— pregunté el por qué era responsabilidad del titular del Ejecutivo Federal tomar ese tipo de decisiones que le van a generar fuertes críticas, a lo que me contestó: "porque es su obligación velar por la vida y seguridad de todos y cada uno de los que estamos en el territorio nacional y su trabajo es solucionarlas". Esa respuesta marcó mi vida y fue uno de los incentivos por los que opté por dedicarme al servicio público.
Desde ese momento comprendí que quienes ejercen funciones públicas, deben ser personas no sólo comprometidas con el bienestar general y el servicio a los demás, además, tienen que estar preparados para asumir la responsabilidad que implica ejercer cargos públicos, que no es otra cosa que tomar decisiones difíciles, que pueden ser impopulares y cuestionables, pero que son necesarias para preservar la vida, seguridad e integridad de las personas y que la única satisfacción que habrán de traer es la del deber cumplido.
Servir a la Nación es una labor ardua y —muchas veces— amarga y silenciosa. Quienes en ella buscan reconocimiento, admiración y vítores, están condenados a dos destinos: ejercer adecuadamente los cargos públicos que les son concedidos, con la gran posibilidad de frustrarse por la falta de popularidad, o ejercerlos con irresponsabilidad buscando sólo el reconocimiento momentáneo y la estridencia de una ovación momentánea pero efímera.
El Presidente de la República, como Jefe de Estado y de Gobierno, es el principal responsable de salvaguardar la vida e integridad de quienes se encuentran en el territorio del país. En esa lógica, irremediablemente deberá de tomar decisiones que serán impopulares y cuestionadas, pero que salvarán vidas y que, a la luz de la revisión histórica, quizá mucho después de concluida su gestión —incluso tras su muerte— serán valoradas y reconocidas. El verdadero y valioso fin del servicio público es servir y, como consecuencia, el pase a la historia estará garantizado por la responsabilidad y no por la estridencia del momento.
El Presidente de la República y cualquier servidor público que busca el aplauso fácil y una popularidad de farándula, de suyo equivoca el camino, pues impone su vanidad por encima de su obligación de servir a los demás. De este modo es posible concluir que cualquiera que arribe a algún cargo público con esta visión, condena irremediablemente a la sociedad al abandono y a la pérdida de libertades, pues los héroes lo son por haber cumplido su función y no por haber satisfecho sus vanidades y añoranzas megalómanas.
@AndresAguileraM