Hace poco, tuve la oportunidad de saber de una situación que ocurrió no muy lejos de donde solía vivir y que me generó una gran indignación.
Por respeto a la privacidad de quienes estuvieron implicados en el tema, omitiré nombres y lugares para salvaguardar su integridad. Niñas de no más de 15 años fueron víctimas de sus propias decisiones al momento de compartir información íntima con quienes consideraron tener la discreción y la sensibilidad para salvaguardarla y resguardarla del mundo exterior. Fotografías con poca o nada de ropa, que fueron obsequiadas como una muestra de confianza, se difundieron a través de las redes sociales a modo de mercancía, restándoles todo valor a su dignidad y condición humana.
Ya fueran amigas con quienes compartían vivencias y secretos o jóvenes a quienes pretendían mostrar sentimientos y pasiones a través de fotografías que las mostraban en poses con intensiones sexuales, su confianza fue traicionada, compartieron esas imágenes y las soltaron al ciberespacio de forma insensible e irresponsable, dejando su imagen, cuerpo e intención como parte de una serie de sitios y páginas de consulta pública, al alcance de cualquier persona.
Al momento de enterarse, los padres, en un modo de protección, exigieron a las instituciones donde se gestaron las relaciones interpersonales, que las autoridades y dirigentes tomaran cartas en el asunto; al mismo tiempo, confrontaron, discutieron y hasta agredieron a quienes, realizaron tan lastimosos actos, con lo que, lejos de su intención, se difundieron más los hechos, incrementando con ello el agravio a las niñas violentadas, duplicando su penar e incrementando las visitas a los portales en donde se exhibían las fotografías y videos difundidos. Lo que pretendía ser un tema discreto, se volvió un escándalo en aquellas pequeñas comunidades, trayéndole a las niñas desprestigio, angustia y, sobre todo, una doble victimización.
Al final de este episodio, las niñas fueron exhibidas, señaladas y desprestigiadas de sus círculos sociales; aunado a ello, sujetas a tratamientos psicológicos y hasta psiquiátricos por las secuelas. Se exiliaron y cambiaron sus vidas para tratar de evitar que el escándalo las persiguiera; sin embargo, la información de las redes no conoce fronteras ni distancias y, en cualquier lugar, escuela, deportivo o centro social, la posibilidad de que esas imágenes y videos las persiguiera permanece.
Así como ellas, muchos jóvenes padecen diariamente esta situación y, desgraciadamente, la sociedad pareciera no comprender que la difusión de datos, sonidos e imágenes es una realidad que, aunque parezca intrascendente para la cotidianidad, ciertamente influye más allá de lo que se alcanza a divisar al momento de dar un “clic” y transmitir la información.
Fotografías, sonidos, palabras y demás no son simples bits que se transmiten de persona a persona; es información en la que se reseña nuestras vidas, gustos, afectos y quereres. Las redes son más que simples instrumentos, son parte de nuestra realidad y que cualquier cosa que se comparte en ellas trasciende más allá del ciberespacio. No se puede, ni se debe, actuar con visiones anacrónicas o basados en prejuicios y predisposiciones anteriores a la vida sin el ciberespacio. Se requiere comprender que el entorno social ha cambiado, así como sus reglas y entendimientos.
@AndresAguileraM