Innegablemente es en condición humana el peso decisivo que tiene la ambición en su actuar. Contrariamente a lo que
la corrección política pudiera marcar, el ser humano, al ser un ente sensible y terriblemente complejo, siempre será víctima de sus apetitos y deseos, sobre todo cuando son guiados por el deseo de poder y control.
En esta lógica, cuando la ambición se apodera de las personas, el impulso por imponerse a quienes aprecian como adversarios se apodera de la razón y se llegan a sobre a las condiciones, entornos y circunstancias que imperan en el momento, utilizándolas para consumar sus pretensiones. Esto ocurre, prácticamente, en cualquier actividad humana en la que exista el deseo o la ambición de obtener poder y control sobre determinadas circunstancias. Empresas, oficinas y, en general, cualquier estructura social organizada, prevalece esta situación y, obviamente, en el gobierno, no es la excepción.
Hoy por hoy el proceso de la sucesión del titular del Ejecutivo Federal está en marcha. Grupos, equipos, facciones e intereses, se enfrentan en una lucha cortesana por lograr el favor de quienes determinan a quién sucederá al Presidente López Obrador. Ya sea el propio mandatario, sus cercanos, los líderes de los grupos que aglutinaron movimientos sociales y políticos en torno a él y que, de alguna manera, coadyuvaron en la legitimidad política con la que cuenta y que lo llevaron a encabezar las instituciones del Estado Mexicano.
Sin lugar a dudas, este proceso no sólo está permitido por el Presidente, además, es alentado por él con intenciones y objetivos que sólo él, en su fuero interno, conoce y prevé ocurran conforme van sucediendo los hechos.
Mientras esto ocurre, los grupos e intereses se entremezclan en una serie de estrategias planeadas y programadas, para lograr ganar el respaldo de quienes, en primera instancia, habrán de determinar la candidatura del partido mayoritario y, a la postre, les permitirán acceder al control de las instituciones del gobierno federal de México.
Varios de quienes aspiran a la primera magistratura del país ya levantaron la mano. Se declaran merecedores de esa posición y sus equipos se aglutinan en torno a ellos para auxiliarlos en lograr sus pretensiones. Se promueven, difunden sus actividades en el servicio público y sus relaciones, ensalzan sus éxitos y ocultan aquellos que no les favorezcan; se muestran cercanos a las personas con golpes mediáticos que pretenden generar imágenes de empatía con la sociedad; se envían mensajes a través de entrevistas públicas y publicaciones periódicas y consensan mediante mensajeros y personas cercanas, quienes negocian y acuerdan entre adversarios.
Así es —y será— la vida de las “cortes reales” o, en un término más liberal y democrático, los “equipos de trabajo político”.
Hoy tenemos la gran oportunidad de observar, con mayor transparencia, estos movimientos que, en otros tiempos, formaban parte de la clandestinidad y el oscurantismo de la información. Está abierto y la sociedad tenemos la valiosa oportunidad de no sólo observar, sino que, con base en elementos palpables y sensibles, podemos opinar y decidir. Bienvenida la época de las elucubraciones cortesanas y de su difusión.
@AndresAguileraM