En los últimos meses la promoción del odio se ha vuelto un mecanismo muy rentable para que, personajes políticos que han salido de escena, vuelvan a ser el centro de los reflectores. Ya sea con declaraciones estridentes que llaman a la desobediencia, con constantes manifestaciones con una concentración considerable de seguidores o bien al llamamiento a la desobediencia de la ley, personajes otrora asediados por los medios, hoy claman por un poco de notoriedad.
En este afán por retomar fueros o por mantener el interés de la ciudadanía en sus personas, paulatinamente se han ido despertando fantasmas sociales que sólo pueden vaticinar enfrentamientos, desolación y división, pues se abren las puertas para el retorno de afrentas anquilosadas, rencores generalizados y la suspicacia propia hacia todo lo que tenga que ver con lo público, con el gobierno y con la sociedad en general.
Así, mientras unos acusan de traidores a la patria a los gobernantes y que otros llaman al pueblo al desconocimiento de acuerdos, al tiempo que terceros acuden a la crítica estéril al pago de impuestos –como un mecanismo populista socorrido por los más rancios conservadores– la rabia social hacia el gobierno crece junto con la penosa sombra de la sospecha que alimentan deseos de venganza ante afrentas, que son producto lastimoso de una psicosis colectiva —producto precisamente del temor y la sospecha— pues en ningún caso pueden adjudicarse pecados añejos de un régimen septuagenario a una administración que va iniciando su gestión y que heredó muchos conflictos, derivados de problemas con olor a rancio y que, en su mayoría, están arraigados en lo más profundo de los orígenes de nuestra sociedad y del inconsciente colectivo.
Aunado a todo lo anterior, encontramos a aquellos que por sistema, siempre se opusieron a las políticas emanadas por el Partido de la Revolución. Ya sean de derecha o izquierda, populistas o reaccionarias, cualquier acción emprendida por el gobierno es criticada –acremente– por aquellos que, por formación, principios, herencias, o idealidades –con razón o sin ella–, siempre consideraron al gobierno como “el enemigo a vencer”, lo que arrecia los odios, atiza el encono y promueven la desobediencia, lo que es aprovechado por todos aquellos políticos opositores a la actual administración.
Hoy el temor y la sospecha, aunados a teorías conspiracioncitas promovidas por intereses muy diversos —o imaginaciones muy prolíferas—se apoderan del inconsciente colectivo, lo que es aprovechado por quienes aspiran al poder político y hacen uso de la coyuntura, sin mediar que esos hechos atizan la hoguera del México Bronco, que se desboca y ni el mejor jinete, ni el más avezado, ni el más experimentado podrá hacer que retome el camino, ni la ruta del bienestar.
@AndresAguileraM