Hoy el país se encuentra pendiente del debate en torno a la reforma energética. Efectivamente, como lo han manifestado sus detractores, esta reforma generará una notable división entre los mexicanos, pues indiscutiblemente se trastocan dogmas y se rompe el status quo de muchos grupos de poder que, hasta hoy, se han visto beneficiados económica y políticamente con la industria petrolera nacional y que harán, hasta lo imposible, por mantener sus prebendas y beneficios a costa de lo que sea, incluso, de los principios ideológicos de la izquierda mexicana.
Pero, mientras continúa la lucha político ideológica en el Congreso de la Unión, la condición energética del país continúa en declive. En México la producción de crudo ha pasado de 3.4 millones de barriles diarios en 2004 a 2.5 millones en 2013. En Estados Unidos, por primera vez en mucho tiempo, en octubre de 2013 la producción nacional, 7.7 millones de barriles diarios, fue superior a las importaciones, 7.6 millones, al tiempo que las Agencia de Información Energética de ese país considera que, el próximo año, habrá un aumento en la producción en un millón de barriles más.
Lo anterior quiere decir que, en breve, nuestro principal comprador y socio comercial habrá de alcanzar niveles de autosuficiencia por lo que refiere a la extracción de crudo, lo que puede generar una disminución considerable en su comercialización, con lo que las ganancias y beneficios económicos que hoy obtenemos de esta actividad habrán de verse mermados. Por ello es indispensable que nuestro país se modernice no sólo para lograr la autosuficiencia en materia energética sino, además, con miras de expandir su comercialización.
Para hacer que una industria –privada o estatal– funcione, se requiere de inversión, disciplina, honestidad, transparencia en el uso de los recursos que le son propios y, sobre todo, la voluntad de hacer que funcione. Por desgracia el modelo estatista ya dio de sí, ahora PEMEX requiere de modernización y de responsabilidad gubernamental, no de discursos alarmistas o pronunciamientos triunfalistas que crispan y enconan a una sociedad ávida de respuestas a exigencias de bienestar.
Insisto: mientras no exista una explicación cabal, concreta y cierta de los beneficios que traerá la reforma energética para los mexicanos en general, jamás podrá contar con la legitimidad necesaria para prosperar. Pero, también es cierto que, en tanto la oposición no clarifique por qué nos conviene permanecer con el monopolio estatal, mantendremos la encrucijada inmersa en discusiones bizantinas, vaticinando invariablemente el fin del otrora emporio petrolero nacional.