Hace algunos años los niños del mundo tenían ilusiones y visiones distintas a las de las generaciones actuales. Por ejemplo la generación a la que pertenezco, los nacidos a finales de los setenta y principios de los ochentas, en donde las generaciones eran un poco más inocentes. Ciertamente tuvimos infancias muy distintas a las de las generaciones actuales.
Durante nuestra infancia, una mayoría, vivíamos en un mundo ajeno a la violencia social y a los avatares policiacos. Sí, ciertamente había rasgos de inseguridad y esporádicamente se escuchaba de algún robo (generalmente sin violencia) en el transporte público, o que se habían metido a alguna casa de algún vecino, lo que resultaba escandaloso y generaba la gran indignación, pero eran temas que –como niños– veíamos ajenos a nuestro entorno y cuando se acercaba condenábamos el hecho y nos preguntábamos ¿por qué la policía no actuaba en consecuencia? Situación que en la actualidad no pasa así.
Por el contrario, hoy –por desgracia– el tema de la violencia se ha incrementado a niveles insospechados, volviéndose –incluso– parte de la cotidianeidad. Tan es así que, –antes– veíamos y admirábamos a los cuerpos policiacos, pues eran los “representantes de la ley”, quienes estaban encargados de nuestra seguridad. Hoy, los niños juegan a “ser narcos”, deleznar a los policías y a desconfiar de la autoridad. Los valores de los niños se han cambiado y privilegian el poder y el dinero, sobre la solidaridad y fraternidad.
Aunado a lo anterior, la sensación de inseguridad incrementa día con día, a la par de la paranoia social que trae consigo y las familias –y principalmente los menores– forman parte de este temor generalizado. Hoy los niños no pueden salir a las calles y a los parques por temor a ser alcanzados por la delincuencia, cuando en aquellos tiempos de infancia, nos la pasábamos socializando en esos centros de reunión, conviviendo y generando amistades.
Claro, temerosos de los “roba chicos” y de los “gandayas” de la zona, siempre pendientes y cuidándonos los unos a los otros, pero sin que ello fuere nuestra prioridad pues existía una sensación de seguridad de la que hoy no podemos presumir, pese a las declaraciones insistentes de nuestros gobernantes que afirman haber abatido a la delincuencia.
No cabe duda que las nuevas generaciones enfrentan un entorno mucho más agresivo que el que vivimos quienes fuimos niños hace un par de décadas. Hoy, que celebramos el día del niño, es importante hacer un llamado a nuestros gobernantes para que dejen de lado el aplauso fácil y trabajen por brindarle las generaciones venideras, un entorno social sano, en el que se puedan desarrollar con las mismas ventajas que tuvimos cuando fuimos niños.