La supresión legal de los órganos autónomos que todavía importaban, más la reelección de Rosario Piedra al frente de un
remedo de Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), confirman el camino trazado por el grupo gobernante para el país: hacer insostenible la permanencia de México en el T-MEC por un lado, y deslindarlo del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, a partir de incumplir primero y repudiar después, todos los compromisos que otros tratados internacionales pudieran imponerle al país. El argumento para zafarse tanto del bloque económico de Norteamérica como del Sistema Interamericano de Derechos Humanos será el más obvio y también el más desgastado: la defensa de la soberanía.
No habrá legitimidad en la decisión de suprimir los órganos autónomos, pero tampoco hubo oposición para frenarla, como no la hubo en las reformas al Poder Judicial ni en la ratificación de Ibarra en la CNDH. La ruta está definida y las implicaciones que esta tendrá para México no son vistas como un costo, sino como parte de una estrategia definida a partir de una conclusión, quizá apresurada pero cada día más clara: aislar a México del sistema internacional que rige relaciones y asociaciones en el mundo actual, puede ser la clave para asegurar la permanencia en el poder del grupo gobernante. La motivación para estas reformas no es sólo la fobia a la autonomía que refiere Lorenzo Córdova. Parece que las claves del proyecto están en dos factores: eliminación de contrapesos y aislamiento del país.
Sin que lo hayan sido de forma plena y por sí mismos, pues aún no alcanzaban ese grado de maduración, los órganos autónomos eran contrapesos surgidos como consecuencia de negociaciones internacionales y multilaterales que le permitieron a México ser parte del que, en su momento, fue el mercado comercial más grande del mundo. Al mismo tiempo, esos organismos autónomos u órganos reguladores, que estaban pactados en el antiguo TLC, en el T-MEC y en otros tratados comerciales celebrados por México, eran una forma de tener incorporado al país al régimen de propiedad e inversión privadas, mercados abiertos, reducción o eliminación arancelaria, libre competencia, estabilidad económica, responsabilidad fiscal, control de la inflación y, en particular, mínima intervención de la política y los políticos en la economía, todo orientado a la integración regional, que configuró el orden mundial neoliberal desde los años 80.
El enemigo del régimen es justo ese modelo de integración que hace a México, y a muchos países, interdependientes, que limita a sus gobiernos porque los obliga a respetar una escala de valores negociada con Estados Unidos, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE.
El naciente régimen político de México optó por romper con ese pacto de tres décadas. No lo hace de forma abrupta y tampoco admite que busca sacar a México de la llamada convencionalidad, pues parece tener claro lo que una corrida financiera o un bloqueo económico significarían de golpe para el país. Los años en que algunos se permitían pensar en la conveniencia de declarar moratorias parecen lejanos, aunque no están desterrados. Cada día que transcurre, parece más claro que la apuesta es rescatar el viejo concepto de la soberanía para envolverse en la bandera y, al grito de nacionalismo o muerte, condenar el intervencionismo que acompaña al comercio internacional, ubicar al enemigo ahora en el extranjero, alegar una conspiración multinacional para robarle a México su petróleo y sus preciados recursos naturales y, sólo entonces, romper con los socios comerciales del mundo industrializado para jugar el rol de hermano mayor en una empobrecida América Latina, que seguirá esperando y consumiendo, gustosa, las donaciones de barriles de petróleo mexicano, mientras los estantes de las farmacias en las clínicas del IMSS se mantienen semivacíos y los derechohabientes deben esperar meses, si no es que años, para ser sometidos a una intervención quirúrgica a la que tienen derecho.
México no va a repudiar el T-MEC por iniciativa propia, pero en aras del aislamiento para evitar rendir cuentas ante sus socios y vecinos, desde hace algunos años hace todo lo posible para que lo inviten a abandonar el tratado por sus constantes incumplimientos. La voz de los canadienses ya se hizo escuchar: quieren a México fuera del tratado y la de Donald Trump no tardará en aparecer en el mismo sentido. Al parecer, eso es lo que el nuevo régimen también desearía.