Ciro Gómez Leyva no solo ha sido una voz confiable en la radio y la televisión mexicanas; se ha convertido, a fuerza
de rigor y templanza, en un referente de lo que significa ejercer el periodismo en serio. En un país donde informar puede costar la vida, su trayectoria representa una forma de resistencia cotidiana: la de quien decide contar lo que pasa, aunque incomode, aunque duela, aunque el poder prefiera el silencio.
El atentado que sufrió en diciembre de 2022 no fue solo un intento de asesinato. Fue un mensaje dirigido a todo el gremio: incluso los más visibles, los más protegidos, son vulnerables. Y si pueden atentar contra él, ¿qué esperanza tienen quienes informan desde la periferia, sin escoltas ni reflectores? En México, donde ser periodista es una profesión de alto riesgo, el ataque contra Ciro dejó al descubierto la fragilidad de la verdad en un entorno donde se le percibe como amenaza.
Pero Ciro no se replegó, transformó el miedo en palabra. Su libro más reciente no es solo una crónica personal: es una defensa del derecho a narrar la realidad sin pedir permiso. En sus páginas, disecciona el costo emocional de vivir bajo amenaza, la erosión de la confianza y la crudeza de un país que se ha vuelto rehén de su propia violencia. Y lo hace sin estridencias, sin victimismo, con la sobriedad que lo caracteriza. Porque sabe que el periodismo no necesita espectáculo, necesita verdad.
En tiempos donde algunos convierten la comunicación pública en circo, donde la propaganda oficial se disfraza de espontaneidad y la descalificación sustituye al argumento, el periodismo profesional se vuelve incómodo. El rigor molesta. La independencia estorba. Y por eso se ataca, porque el periodismo que no se arrodilla revela lo que el poder quiere ocultar,porque el periodista que no se pliega recuerda que la sociedad tiene derecho a saber, a pensar, a decidir con información veraz.
Ese derecho —el de informarse desde el periodismo y no desde el espectáculo— es el corazón de cualquier democracia. Sin él, el poder se vuelve absoluto, la impunidad se normaliza y la ciudadanía se empobrece. Defender la libertad de prensa y de pensamiento no es una consigna abstracta: es una necesidad urgente, porque sin voces que investiguen, cuestionen y expongan, solo queda el monólogo del poder. Y ese monólogo, por muy ruidoso que sea, no construye país.
La urgencia de esta defensa se vuelve aún más clara cuando se observan las cifras. En 2022, año del atentado contra Ciro, Reporteros Sin Fronteras registró 14 asesinatos de periodistas, mientras que otros recuentos elevan la cifra a 17 comunicadores asesinados.
La mayoría de las víctimas trabajaban en medios locales, cubrían temas de seguridad, corrupción o crimen organizado, y muchos ya habían reportado amenazas previas. Algunos incluso contaban con medidas oficiales de protección al momento de ser asesinados. De acuerdo con datos de organizaciones nacionales e internacionales, México sigue siendo el país más peligroso del continente para ejercer el periodismo fuera de zonas de guerra, concentrando más del 60% de los asesinatos de periodistas en América Latina en 2025.
La impunidad es el telón de fondo de esta tragedia. Los mecanismos de protección son insuficientes, las investigaciones son lentas o inconclusas, y los agresores rara vez enfrentan consecuencias. En este contexto, el testimonio de Ciro Gómez Leyva adquiere una dimensión ética aún mayor. No solo por lo que dice, sino por el hecho de seguir diciendo. Porque si algo nos enseñó aquel atentado es que el silencio, ante la intimidación, también es una forma de muerte.
Ciro, en lo que él llama su “otoño”, decidió seguir. Y con esa decisión lanza un mensaje poderoso: que el periodismo no es una moda ni un trampolín a la fama, sino una vocación que exige carácter, método y convicción ética, que informar no es solo relatar lo que pasa, sino decidir cómo se cuenta, desde qué lugar y con qué compromiso hacia la verdad.
Su libro, más que una crónica, es una declaración de principios, es su forma de decirle a México que no claudica, que sigue preguntando, que sigue contando, que no se suma al coro de los propagandistas ni al espectáculo de los voceros disfrazados de comunicadores. Porque el periodismo, cuando se ejerce con rigor, no entretiene: incomoda, revela e incomoda otra vez. Y eso, en estos tiempos, es un acto de resistencia.
Estoy convencida de que la defensa de la verdad no se delega. La libertad de pensamiento no se mendiga. Y el derecho de la sociedad a estar informada no se negocia. Ciro Gómez Leyva, con todo y sus cicatrices, eligió seguir hablando. Y en ese gesto hay una lección para todos: que el periodismo profesional no es el problema, es parte de la solución, que la verdad no se grita, se sostiene. Y que la libertad, cuando se ejerce con dignidad, se convierte en legado.
Adriana Dávila Fernández
Política y activista
@AdrianaDavilaF