Llegaron, los trajeron más bien de Hidalgo, estado de México y Querétaro para resguardar al presidente Enrique Peña de los “malos”, de la plebe maledicente que lo adversa e incluso se atreve a pedir su renuncia. Una torta, el transporte, quizá algunos pesillos de esos súper devaluados y hasta la amenaza de represalias laborales y otros
“beneficios” o canonjías que otorga el poder fueron argumentos convincentes para que dejaran sus lugares de origen y colmaran la principal plaza pública del país la noche del 15 de septiembre, la efeméride nacional tan venida hoy a menos por los excesos del poder, la corrupción, la entrega a los poderes extranjeros y aún la traición a la patria, sin incluir la catarata de problemas nacionales sin resolver, que como nunca amagan a los mexicanos.
Fue el cuarto grito de Peña, un presidente desgastado, arrinconado y desprestigiado como pocos. Sabe Peña que su gobierno naufraga, lo mismo que sus reformas, igual que su prestigio ficticia y/o artificiosamente construido. Sabe que serán los 27 meses más difíciles de su meteórica carrera política. Sabe que el final está aún demasiado lejos y que el país podría desbordarse. Por ello se hizo necesario “el grito amurallado”, guarecido, protegido. Una paradoja que “la noche de México” quede reducida a un puñado de incondicionales o de gente amagada, embozada. No hay mérito político alguno en esto.
Peña, íngrimo, sin rumbo, asido al poder hueco, a los ceremoniales cívicos por obligación, sin emoción, ni sentimiento y mucho menos bajo la égida de un liderazgo genuino, convocante, inspirador. Nada de eso debe sentir el presidente. Abajo, en la gigantesca plaza de La Constitución, el pueblo carcomido por la sumisión, domeñado. Arriba, el presidente apenas esbozando una tímida sonrisa, que no alcanza a cubrir su desasosiego, su incomodidad, que trató de apaciguar su esposa, pasándole la mano por la espalda, con un mensaje corporal de calma, calma, esto pasará rápido, quizá en unos minutos. Pareció solidaria Angélica Rivera. Esta vez descolgó del guardarropa un vestido ya usado, el mismo que vistió en una recepción con los reyes de España, Felipe y Letizia. Esa es solidaridad en un momento amargo de la presidencia de México, y cuando todavía faltan más de dos años. Ojalá el tiempo pasara volando.
El ritual del 15 de septiembre, pasó sin gloria alguna. Ah, que trago tan amargo para un presidente. Cantar vivas a la independencia y los héroes que nos dieron patria cuando ambas casi se desmoronan, cuando ambas son ya incosteables para un sistema que aún colapsado se niega a morir y que en sus estertores aún puede cobrar muchos más daños. Ah, qué escenario tan inadecuado para ensalzar, por ejemplo, las reformas, la apertura, los tratados de libre comercio, la inversión extranjera y el interés del gobierno de turno por convertir a México en un enclave del gran capital, que impone condiciones cada vez más onerosas, que devalúa la moneda, que encarece la energía y que esclaviza a ésta y las generaciones futuras de mexicanos.. ¡Qué difícil hablar de independencia y hacerlo con un grito amurallado!.
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