La economía del país naufraga y con ella se hunden millones de familias del país. Y sin embargo, este hecho se toma ya como algo casi normal. Y quizá tengan razón quienes consideran este fenómeno como algo natural y consustancial al país.
Hace décadas, más de tres, la economía mexicana registra un crecimiento entre negativo, lento o precario. Nada pues para festejar o lanzar campanas al vuelo. La insuficiencia y/o precariedad del crecimiento económico mexicano debiera, sí, encender al menos por una vez las luces de alarma nacional. Ningún país puede ni debe permanecer largos periodos de su historia bajo una economía apretujada, incapaz de procurar los satisfactores mínimos a su población. En México, durante las últimas décadas –insisto- la economía se mantiene atrapada, constreñida y eso es de suyo grave y peligroso potencialmente.
Recién la víspera, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el organismo multilateral que llegó hace más de tres décadas al país para permanecer según las más diversas manifestaciones, redujo su previsión de crecimiento para este año a 2,4 por ciento.
El país “continuará creciendo a un ritmo moderado, apuntalado por una saludable demanda doméstica privada y los efectos que derrame una robusta economía estadunidense”, apuntó el organismo con sede en Washington.
¿A un ritmo moderado? ¿Favorable? ¡Pamplinas! Este país demanda, requiere y está urgido de tasas de crecimiento mínimas del cinco por ciento anual. De otra forma, seguirá el crecimiento de la pobreza poblacional y el enconamiento social, ya nítidamente observable en el país.
El propio FMI anticipa un crecimiento económico mexicano de 2,6 por ciento para 2017, un año que desde ahora se avizora complicado y retador para el país como consecuencia desde ya de la reducción del gasto público y sus consecuentes tijeretazos a diversos sectores de la economía del país.
Más aún, si acaso se cumpliera el pronóstico del FMI, una tasa de 2,7 por ciento de crecimiento el año próximo será, de nueva cuenta, exigua para destrabar al país, superar el rezago acumulado y proyectarlo a un mejor destino.
Se sabe que la expansión de la actividad económica depende ahora completamente del consumo privado.
Esto como consecuencia de la debilidad en las inversiones y exportaciones, que dejaron de apuntalar el crecimiento.
Una mayor competitividad externa, tras una sustancial devaluación del peso mexicano respecto al dólar estadounidense, aún no ha resultado en un impulso en la demanda externa. Las fuertes relaciones verticales de suministro entre los fabricantes de Estados Unidos y México llevaron a que la reciente debilidad en la producción industrial en Estados Unidos se haya transferido a la industria manufacturera y a las exportaciones mexicanas.
Una depreciación significativa del peso mexicano frente al dólar estadounidense tuvo lugar en los últimos dos años, ya que el tipo de cambio flexible se ha utilizado de forma efectiva para amortiguar impactos externos.
El escenario se antoja complejo y aún peligroso. Algo habrá que inventarnos so pena de enfrentarnos a un desplome de esos que dejan demasiados daños. Conste, aún queda un poco de tiempo.
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.