Columna ALGO MÁS QUE PALABRAS
Me encanta esta coyuntura de buenos propósitos. Ojalá no fuese un tiempo pasajero y gobernase por entero nuestras vidas. Sin duda, deberíamos poner en práctica, ese retorno a la humildad, al acercamiento de la gente,
algo que siempre nos engrandece las vísceras. En demasiadas ocasiones, andamos excesivamente perdidos, degradados e insatisfechos. Este fruto lo propicia en parte, nuestra propia altanería, nuestro endiosamiento y nuestro orgullo. Deberíamos ser más auténticos y transparentes, más de ese Niño que nos nace en el fondo de nuestras entrañas, más de alentarnos el espíritu unos a otros que de alimentarnos el cuerpo, pues cuando uno sacia el alma hasta el vivir se torna mucho más compasivo. En el fondo, no necesitamos nada más que sosegarnos y reencontrarnos con la autenticidad. Lo verdadero es lo que nos exige mirada pura y corazón abierto para acoger y no desechar, y así poder poblar un planeta más de todos y de nadie, con unos moradores conciliados en el amor, reconciliados consigo mismo.
Es cierto que el momento actual nos aleja de ese verbo conjugado con la luz, pero nos distancia porque nosotros así lo queremos, con nuestras incoherencias en el camino, con nuestras contradicciones de no saber escuchar, con nuestras desuniones e irracionalidades diarias. Bajo este modo de vivir y con esta manera de ser, tan egoísta, nos cargamos cualquier esperanza. Llevados por las emociones nos olvidamos de lo transcendental, de hacer un espacio en nuestro interior, de buscar una ocasión para reflexionar, porque lo importante no son las comidas y las cenas, lo significativo es que tenemos que alegrarnos con los demás, que llorar con los demás; porque, por esta común calzada, tampoco puede ir uno solo, necesita acompasar y acompañar, sentirse alguien para el otro, convivir con el otro, y hasta ser para el otro el latido que necesita, la música que le ilusiona, el hombro que le sostiene. Pensemos que meditar es una forma de conocerse sabiamente. Y conociéndonos, creo que es un buena fórmula para poder cambiar. Sólo hay que volver al relato de ese Niño, al que nadie quiere acoger,obligado a nacer en un establo porque no había sitio en la posada. De ahí nace la inhumanidad, la deshumanización, la falta de estima por nuestra propia especie.
Por tanto, los buenos propósitos, no pueden estar ligados a una fiesta de derroches, sino a la tarea de albergar. Los creyentes deben saber que la genuina Navidad, no es un festín más, sino que es una etapa de interiores, de crecer bajo el referente de la pobreza de Dios, que se despojó de sí mismo, tomando la naturaleza de siervo. Los no creyentes han de saber, igualmente, que el real júbilo nace del compartir, del despojarse de uno mismo hasta enternecerse por dentro. Para desgracia nuestra, o sea, para dolor de todos, seguimos encerrándonos en nuestro yo y en el de los nuestros. Nuestras hospederías internas muestran una indiferencia total hacia esos migrantes que se han convertido en las principales víctimas de la trata por parte de los llamados comerciantes de esclavos del siglo 21. "Miles de hombres, mujeres y niños desaparecen de campos de refugiados en Europa y otras partes del mundo”, acaba de participar recientemente al orbe, el director del organismo de la ONU, quien subrayó asimismo la necesidad de una mayor cantidad de recursos para combatir ese delito. Desde luego, las autoridades deberían prestar mayor atención en proteger a cualquier poblado o población y condenar, con mayor firmeza, los atropellos de derechos humanos.
Indudablemente, el mejor proyecto es el compromiso de cada cual de conservar ese ánimo místico, que nos hace más solidarios, cuando menos durante el mayor tiempo posible. En otro tiempo, los fuegos armónicos celestes y los elementos de la naturaleza, los pastores y los Magos de Oriente apiñados en una continua profesión de obediencia y respeto, dieron al mundo un anticipo de lo que el Creador obra en favor de los seres humanos y en la fortaleza de cada uno. Hoy, en el tiempo presente, también debe unirnos en esa promesa de ser constructores de bien, personas de paz. Pongámonos en el lugar del que sufre o está sin cobijo, por un instante. Justo, por eso, requerimos menos rearmes y más brazos extendidos para convertirnos en una familia, donde todos seamos reconocidos y rescatados para trazar ese itinerario de fraternidades. Nada de rechazos. ¡Siempre con la bondad en el bolsillo!. ¡Siempre!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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