¿Qué nos hace falta para salir del atraso?

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Una de las preguntas que más respuestas ha tenido en nuestra historia moderna es la relacionada con el título de la presente opinión, incluso parecería de fácil respuesta pero no hay nada más complejo; véase bajo la óptica que se quiera, desde lo económico hasta lo ontológico.

Se han dedicado miles de horas, cientos de foros, ríos de tinta, cientos de plumas, discusiones, debates, pero al final la única conclusión es que a pesar de todo no logramos echar a andar esa maquinaria llamada México, no logramos encontrar los elementos adecuados a fin de que la pongamos a trabajar. Sin caer en una postura maniqueísta sobre nuestra historia reciente el asunto es que más de la mitad de la población, hoy, tiene algún grado de insatisfacción con el nivel de vida que lleva, presenta alguna carencia social. O visto desde otra perspectiva, no existe algún punto de nuestro territorio donde no se presente alguna manifestación de delincuencia organizada, si damos una mirada rápida en cualquier localidad vemos lo que poco políticos ven: desigualdad, pobreza, inseguridad, endeble estado de derecho, impunidad, corrupción, una clase política en declive, instituciones endebles.

Hemos pasado de respuestas para intentar salir de nuestro atraso explicadas desde el Estado o desde el mercado, incluso con una participación cada vez más fuerte de la llamada sociedad civil o de los organismo no gubernamentales, pero el punto fino es que aún no logramos dar con esa ecuación que nos permita establecer los aspectos relevantes para que la mayoría de la población tenga acceso a elementos básicos. Contamos con esfuerzos cotidianos aislados, lo podemos constatar en el rostro de la señora que se levanta a diario –a diario, sin sábados ni domingos ni días de descanso-, con el rostro lleno de algo que algunos llaman coraje o dignidad para vender su atole, sus tamales, sus quesadillas, o bien, al mismo obrero que a obscuras coge su camión para llegar al otro lado de la ciudad a laborar, el mismo de las manos cansadas y agrietadas pero con el pecho imbatible, porque afortunadamente de estos ejemplos hay muchos.

También estamos hechos del joven que colabora en cualquier oficina pública o privada, pero que sueña, que cree que es posible alcanzar otras opciones. Por eso, un primer gran paso radica en reconocernos, en reencontrarnos, ya sea por medio de un gran pacto entre todos o en entre la mayoría, uno real, que sea impulsado desde la ciudadanía, aquella que empuje al otro, al de lado.

Hace unos días, el actor Giovanni Mongiano de 65 años se presentó en el teatro para presentar su obra como cotidianamente lo hace, cuando minutos antes de comenzar el cajero le dijo: maestro no sé cómo decírselo, pero esta noche en la sala no hay ninguna persona”, ya en su camerino se preparó y sólo dijo, “voy al escenario, el espectáculo de esta noche se hace igualmente”. Recitó de forma íntegra su obra ante nadie.

Nos falta ser más Giovanni, actuar sin necesidad de esperar el reconocimiento público, actuar como nación, desde la trinchera que nos haya tocado, no detener la obra, no detener nuestra obra, exigiéndole al político que cumpla, demandado al servidor público que haga su trabajo, hacer la parte que nos toca, siendo claro en las reglas del juego establecidas, cumplirlas. Necesitamos empezar ya.

Eduardo López Farías

Doctor en Administración Pública

Tuiter: @efarias06