Nosotros, los humanos que habitamos el planeta Tierra, no tuvimos la oportunidad de conocer a esos otros seres vivientes llamados dinosaurios, que también poblaron este
mundo, pero mucho tiempo atrás. Sin embargo, gracias a la ciencia y a ciertos museos que se interesan en indagar y divulgar los orígenes de la vida es que ahora podemos conocer, con alguna certeza, la historia natural de la evolución humana, de la Tierra y del universo al que pertenecemos.
¿Cuándo y cómo se originó la vida? Y ¿por qué hay tantos y tan diversos organismos con los que compartimos nuestro hábitat natural? Son algunas de las preguntas que la humanidad se ha hecho desde la antigüedad, y que ahora podemos respondernos de manera lúdica si nos damos la oportunidad de visitar el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental de la Ciudad de México, ubicado en la segunda sección del Bosque de Chapultepec.
Remodelado recientemente, tres de cinco bóvedas que integran este recinto, su mejoría en infraestructura, además de la actualización de contenido informativo y científico, forma parte de un proyecto de mayores dimensiones que considera la modernización de toda el área colindante del lago de la segunda sección y del mismo Bosque de Chapultepec en su conjunto.
Al entrar a la primera bóveda, ésta resulta una enorme caja de sorpresas para todo visitante que recorre sus espacios, sea niño o adulto, pues la propuesta museográfica logra mantener el interés de los paseantes en todo momento y con múltiples recursos didácticos. Con la ayuda de las tecnologías digitales del siglo XXI, y con un discurso informativo renovado y actualizado, de acuerdo con los avances de la ciencia, ahora es posible disfrutar las salas del museo no sólo con la vista, sino también a través del tacto y el sentido del oído: de sólo mirar, ahora también se puede tocar y escuchar.
Es así que desde la entrada a la primera sala del museo nos recibe un monumental oso polar erguido que mide casi tres metros de altura, como muestra de la colección de ejemplares disecados con que cuenta el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental; o el igualmente imponente tigre dientes de sable de tamaño natural que se exhibe más adelante, junto con un perezoso de dimensiones gigantes (más de tres metros de alto), los cuales existieron en lo que ahora es México, en algún tiempo ya remoto.
Pero lo que a mi gusto es la cereza del pastel de este entretenido museo, es la réplica de un esqueleto de un diplodocus Carnegii, un colosal dinosaurio cuello largo de 27 metros de largo, que habitó en la era geológica del Jurásico superior hace 154 millones de años, aproximadamente, el ejemplar se exhibe en la parte central de la primera sala del museo, y cuyo origen tiene una historia digna de contarse.
El diplodocus original fue descubierto por el arqueólogo estadounidense Carnegie a principios del siglo XX, y es el más completo encontrado hasta la fecha, y que a la muerte de este científico su esposa donó alrededor de diez réplicas a diferentes museos del mundo, entre ellos el Museo Británico de Historia Natural; el Museo Nacional de Historia Natural de Francia; y el Museo de Historia Natural de Berlín, en Alemania. Entre esas donaciones no estuvo incluido nuestro país, pero gracias al interés del científico mexicano Alfonso Herrera, y a las gestiones del entonces embajador de México en Estados Unidos, Manuel Téllez, se logró obtener, en donación, una réplica de ese dinosaurio para nuestro Museo de Historia Natural.
Otros de los atractivos del Museo de Historia Natural de la Ciudad de México es su árbol de la vida gigante que ilustra los linajes evolutivos que explican la biodiversidad de la vida en relación en el territorio mexicano; así como un programa multimedia, con pantallas interactivas, con las que el visitante puede explorar las relaciones de parentesco entre las diferentes especies y encontrar un ancestro común. Una propuesta más, igual de interesante a las ya señaladas, es la de un mural de enormes dimensiones, que sintetiza las eras geológicas del planeta desde el origen de la vida hasta la época actual.
Las opciones de entretenimiento y de aprendizaje sobre el origen de la vida y su evolución, la diversidad a la que ha dado lugar y la cantidad y calidad de esos recursos que se localizan en el territorio nacional son todas ellas posibilidades que están a nuestra mano sin mucho esfuerzo, pues el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental de la CDMX es de fácil acceso y bajo costo de ingreso. En tiempos de pandemia, este museo es una alternativa segura para disfrutar del ocio. @NohemyGarcaDua1