En el ámbito de la cultura nacional, uno de los temas más relevantes de la semana que corre es la celebración de los 90 años de vida de la escritora y
periodista Elena Poniatowska, quien nació un 19 de mayo de 1932 en París, Francia; pero que llegó a México a los diez años de vida, y aquí, en nuestro país, creció, maduró y se forjó como una de las literatas más famosas y con más reconocimientos obtenidos en el mundo de habla hispana contemporáneo.
En la década de los años cuarenta del siglo XX, México era un país cuyos gobernantes, emanados de una Revolución Social, se empeñaban en que nuestro país se pusiera al día con la modernidad económica e industrial que imperaba en otras latitudes, al tiempo que internamente trataba de consolidar instituciones educativas y culturales que hicieran posible el cumplimiento de las demandas de bienestar social exigidas por aquellos muchos mexicanos que se habían levantado en armas.
En este contexto histórico de un México todavía convulsionado políticamente, y en plena construcción social postrevolucionaria, es en el que se desarrolla Elena Poniatowska, una niña de diez años cuya familia de origen aristocrático venía huyendo de la Segunda Guerra Mundial desatada en Europa. De madre mexicana de orígenes porfiristas y de cierto aire intelectual, Paula Amor; y de padre polaco con tradición monárquica, Jean José Poniatowski, Elena pronto incursionó en el medio periodístico de su país de adopción por sus habilidades literarias y su interés de conocer una sociedad y una cultura que le resultaban totalmente ajenas, pero por lo mismo, atrayente.
Sin tener una formación educativa universitaria, pues apenas concluyó el bachillerato y un curso de taquimecanografía para laborar como secretaría bilingüe, Elena Poniatowska incursionó en los diarios nacionales a los 21 años de edad realizando entrevistas y crónicas, los géneros que hasta la fecha ha ejercido profesionalmente, en combinación con sus dotes literarias que la han llevado a publicar alrededor de medio centenar de novelas testimoniales, obras infantiles, crónicas, ensayos, piezas de teatro e incluso libros de poesía.
Por otro lado, es importante destacar la trayectoria de Poniatowska como entrevistadora y colaboradora en secciones culturales de periódicos de circulación nacional como Excélsior (de los sesenta), Novedades, en el suplemento México en la Cultura, que hizo época en la historia del periodismo cultural del país; y ya más recientemente en el diario La Jornada, entre algunos otros.
Sin embargo, los textos que le dieron mayor reconocimiento internacional fueron aquellos en los que Elena logró una afortunada mezcla de géneros periodísticos de tipo testimonial con rasgos literarios, es decir, una recuperación de los hechos reales con el uso de un lenguaje que en ocasiones suele confundirse con la recreación literaria y la ficción. Si bien estas cualidades fueron su mayor acierto profesional, también fueron motivo para engendrar una de sus mayores sinsabores literarios.
La galardonada con el Premio Cervantes 2013, considerado el Nobel de la literatura hispánica, por muchos años lidió con un conflicto con el también escritor y periodista Luis González de Alba, ya fallecido, líder estudiantil del Movimiento del 68 en México, que por esos hechos fue encarcelado en Lecumberri. En ese entonces, contó en su momento el propio González de Alba, Elena era su amiga, al grado que le autorizó a retomar testimonios de su experiencia en el Movimiento, que circuló con el nombre de Los días y los años, para que a su vez Poniatowska los incluyera en su propio texto que sobre esta matanza publicaría unos meses después —como una crónica— con el título de La noche de Tlatelolco, Testimonios de historia oral.
La divergencia estribó en que Elena “alteró” los testimonios extraídos de Los días y los años en 28 párrafos con más de 500 líneas, para incluirlos en La noche de Tlatelolco, pero modificando el lenguaje del original, reubicando hechos y confundiendo a los lectores de ambos libros sobre cuál había sido la historia real y quién había dicho qué cosa y con qué palabras. Al final, los tribunales le dieron la razón a González de Alba.
La convergencia de periodismo y literatura puede ser un camino difícil de transitar, pues ambos oficios tienen sus propias reglas, algunas de ellas excluyentes entre sí. Para el periodismo el apego a la verdad de cómo sucedieron los hechos es inquebrantable, no así para la escritura literaria, sea de ficción o incluso documental, que se permiten licencias estéticas con el manejo libre del lenguaje y de figuras retóricas.
La obra de Poniatowska es amplia y diversa. Algunos de los textos más emblemáticos son Hasta no verte Jesús mío (1961), que recupera el testimonio de una mujer de pueblo y sus andares revolucionarios y postrevolucionarios; Fuerte es el silencio (1980), en el que recupera historias de luchadores sociales en el México posterior al 68; Nada. Nadie. Las voces del temblor (1986), cuyo nombre deja adivinar su contenido: testimonios del temblor de 1985 en la Ciudad de México.
En cuanto a su vertiente narrativa más literaria valen la pena referir novelas como Querido Diego te abraza Quiela (1978); que recrea la relación amorosa y frustada entre Angelina Beloff y Diego Rivera; Tinísima (1992), una biografía novelada de la fotógrafa Tina Modotti; La piel del Cielo (2001), relato escrito en homenaje a su ex esposo y astrónomo mexicano Guillermo Haro; y Leonora (2011), novela biográfica sobre la pintora surrealista Leonora Carrington.
Finalmente, la trayectoria de Elena Poniatowska como escritora que le ha dado voz a los desprotegidos sociales, a los marginados y a las mujeres es un hecho incuestionable y presente en la mayoría de su vasta producción. Eso y que a sus 90 años se mantenga activa, lúcida e interesada en el acontecer de su entorno social, es una actitud digna de celebrarse.
Nohemy García Duarte