Alejandro González Iñárritu, uno de nuestros cineastas más reconocido y premiado en el ámbito internacional
recién estrenó en salas comerciales del país su más reciente largometraje, Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), la más íntima, personal y surrealista de sus filmes, a decir tanto del propio cineasta como de quien escribe esta reseña. Es, de igual manera, una valoración épica de algunos hechos históricos que conformaron a México como una nación, y a los mexicanos con una identidad cultural tan sui géneris y, a la vez, tan universal como aquellas formas de pensar, sentir y estar en el mundo que son características de la naturaleza humana.
Con esta doble perspectiva, y a través de las vivencias oníricas y reales del periodista Silverio Gama—interpretado con gran profesionalismo por el actor Daniel Giménez Cacho— quien regresa a México después de una larga ausencia para recibir un homenaje por su trayectoria profesional en el extranjero, el director del filme nos presenta una serie de imágenes y escenas que van y vienen en el tiempo, que lo mismo nos llevan al Castillo de Chapultepec en la época juarista de lucha armada contra la invasión estadounidense, que nos regresa a la Ciudad de México del siglo XXI, a espacios públicos como el Salón de baile California, o los barrios clasemedieros de la colonia Narvarte o la Roma, o al centro histórico y su emblemático Zócalo, donde nuevamente el director del regresa al pasado prehispánico con una escena que recrea la conquista española.
Este ir y venir en el tiempo histórico y en el espacio físico es una constante a lo largo de la película Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), cuyo relato no guarda un orden cronológico lineal, sino que, a modo de flashazos psíquicos de Silverio Gama, nos va revelando su pasado más íntimo y conmovedor, que lo mismo trae a cuenta su relación amorosa de pareja, su vínculo de fraternidad con su padre y su madre, que su distanciamiento e intentos de cercanía con sus propios hijos, los vivos y el recuerdo doloroso de aquél que ya no está.
González Iñárritu presenta estas reflexiones personales e íntimas, de algunos hechos reales, desde una óptica por demás fantasiosa y que no necesariamente responden a la “verdadera” forma en que sucedieron en su tiempo, sino que dan cuenta de cómo el protagonista (actor-director) las recuerda y las trae al presente en un ejercicio de “profunda introspección” sobre “emociones, sentimientos, miedos, sueños y culpas” que lo formaron como sujeto social y como individuo.
Luego de más de dos décadas de vivir fuera del país, de haber forjado una trayectoria profesional por demás exitosa, como ser uno de los pocos cineastas en la historia de la cinematografía ganador de dos premios Óscar consecutivos como mejor director, por Birdman (2014) y por El Renacido (2015), además de diversos reconocimientos en los principales festivales de cine internacional, Alejandro González Iñárritu nos abre una ventana de su alma y nos comparte su memoria personal.
El resultado de este esfuerzo fílmico podrá no ser del agrado de algunos cinéfilos, desconcertar a otros, o incluso sorprender a sus más fieles seguidores, pero en cualquiera de los casos Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), que este año representará a México en los Premios Óscar, es una película que vale la pena ver y que, estoy segura, no dejará indiferente a ninguno de sus espectadores.
Nohemy García Duarte
@NohemyGarcaDual