A nivel global, los tiempos de hoy en día se caracterizan por una inestabilidad social generalizada, producto de
diversos factores económicos, políticos e incluso de salud pública. Desde una perspectiva sociológica, y sin importar la clase social a que se pertenezca, o el país en que se habite, la gente se siente amenazada por un entorno inseguro y en crisis que se expresa de múltiples formas: migraciones masivas, pandemias prolongadas, pobreza en expansión, conflictos bélicos y una creciente polarización económica en la que unos cuantos concentran la riqueza generada socialmente, mientras la inmensa mayoría carece de todo o de casi todo lo que le puede dar bienestar y estabilidad.
Artistas e intelectuales de diversas disciplinas coinciden en este diagnóstico de malestar social, y lo expresan en filmes premiados como Parásitos, del director coreano Bong Joon-ho; o Nuevo orden, del mexicano Michel Franco. Igualmente, sociólogos como el alemán Heinz Bude, habla de que el sentimiento que priva en las sociedades actuales es el miedo, y se refieren a esta experiencia humana como un problema generalizado que, precisamente, da nombre a uno de los textos más relevantes de dicho sociólogo y filósofo germánico: La sociedad del miedo (2017).
Según Heinz Bude, en las sociedades modernas y desarrolladas, como Francia, Gran Bretaña, Holanda, Estados Unidos, lo mismo que en las democracias de los países en desarrollo como Brasil o México, por señalar algunos ejemplos, las clases medias parecieran que se encuentran en proceso de disolución. ¿Por qué? ¿Por qué el miedo es la emoción que mejor retrata esta condición social? Y lo más relevante, ¿con qué discursos podemos ponernos de acuerdo entre nosotros para afrontar los miedos comunes? Estas son las interrogantes centrales que Bude desarrolla en su ensayo La sociedad del miedo, como un ejercicio reflexivo en el que todos tenemos cabida porque nos incumbe a todos, según sus propias palabras.
Si uno parte de reconocer este estado de ánimo social, dice el profesor de macro sociología de la Universidad de Kassel, Alemania, de que vivimos en un entorno colectivo caracterizado por muchos cambios, en donde ya no hay certezas sobre el futuro, como resultado de treinta años de un sistema económico capitalista neoliberal, caracterizado por ser una mera máquina de generar dinero, que hace a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres, y cuya polarización deviene en la desaparición de las clases medias y de los puntos de estabilidad del pasado.
Para un determinado momento histórico como el que hoy vivimos en el siglo XXI, las políticas del miedo se pueden convertir en instrumentos de control en la esfera pública. Sin embargo, asegura Heinz Bude, si es verdad que vivimos en una época de incertidumbre, también lo es el hecho de que “hay una gran diferencia entre si uno se ve en un mundo que fracasa; en un mundo que se está transformando o en un mundo que está desapareciendo”. Y de ahí surgen las posibilidades de luchar por un futuro promisorio en el que todos tengamos cabida.
Desde una perspectiva política, en la que el Estado sea la institución pública que dirija la acción social de las naciones, existen al menos tres caminos por los que las sociedades contemporáneas se han decantado. La primera, es la del demogogo, que es el líder que intensifica el miedo de la gente y pone a sus pies un chivo expiatorio al que se le echa la culpa de todos los males del mundo. Una política demogógica, dice Bude citando a su vez a los economistas alemanes Guy Kirsch y Klaus Mackscheidt, quienes proponen esta tipología, que construye un discurso demagógico en el que lo absurdo y la desobediencia de la legalidad se ofrecen como opciones para la liberación del miedo.
La segunda perspectiva es la de quien desempeña un cargo público, que anestesia el miedo de sus representados con acciones pragmáticas y “una ágil política de pasos pequeños. Apuesta por el tratamiento sucesivo de los problemas del momento.” Este dirigente tiene una actitud ante la vida que coincide con el promedio de la gente y, sin embargo, está por encima de la media.
La tercera perspectiva es la del estadista, el líder político que le muestra a sus seguidores dónde el miedo común tiene fundamento y cómo puede controlarlos para que todos salgamos adelante. Sus mensajes son del tipo: “quien se cae puede volver a levantarse”; ejemplifica una autoridad moral que en su trayectoria política ha ido configurando a base de obstáculos y de derrotas. Pugna porque nos pongamos de acuerdo para que juntos creamos un nuevo camino en que todos estemos bien. La relación del estadista con sus representados se caracteriza por las tensiones y las contradicciones, es un vínculo cargado de pasión y de afecto de ida y vuelta.
En la historia reciente han existido políticos y líderes que responden a uno de las tres tipologías descritas por Bude. De hecho, hoy en día, políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro son fácilmente identificados como del tipo de demagogos; Angela Merkel o Margaret Thatcher bien podrían corresponder a las dirigentes que desempeñan cargos públicos de manera pragmática. Los políticos del tipo estadista son los menos comunes, pero por ello los más significativos, los que pasan a la historia como figuras excepcionales. En este tipo, el autor de La sociedad del miedo ubica a Winston Churchill y a Nelson Mandela.
En el México actual esta tipología también nos puede ayudar a caracterizar a nuestros dirigentes políticos y sus estrategias para gobernar. A nosotros como electores y ciudadanos comunes nos puede ayudar a orientar el sentido de nuestra reflexión y comprender que, hoy por hoy, es normal tener miedo, pero que también hay esperanza de que “nada tenga que seguir siendo como es ahora”. Un futuro mejor es posible y viable si como comunidad nos ponemos de acuerdo en un nosotros inclusivo, en el que unos y otros convivamos.
Nohemy García Duarte