El pasado 19 de abril se cumplieron 25 años del fallecimiento del poeta, ensayista y diplomático Octavio Paz, hasta
ahora el único mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura 1990. Hijo de un revolucionario zapatista, Octavio Paz nació, creció y se formó en un ambiente postrevolucionario e intelectual de primer nivel, lo que estimuló su inclinación hacia las bellas artes, al igual que su espíritu crítico en torno a la política nacional. Ambas vertientes quedaron plasmadas en su extensa obra, de la cual haremos un breve recorrido cronológico. En esta primera parte destacaremos aquellos datos biográficos que, a modo de contexto histórico, nos ayudarán a comprender la trayectoria del poeta hasta 1990, cuando obtuvo el Premio Nobel de Literatura, máxima distinción de esta disciplina a nivel mundial.
La vocación literaria de Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998) se hizo evidente desde su infancia, cuando pasaba parte de su tiempo libre explorando la biblioteca que su abuelo paterno tenía en la vieja casona de Mixcoac, en la que vivió hasta su adolescencia. Ahí se aficionó a la lectura y descubrió escritores y literatos del gusto de su abuelo, entre ellos los más reconocidos del siglo de oro español.
Para 1930 el país finalmente se tranquilizaba y la revolución mexicana se institucionalizaba con la fundación del Partido Nacional Revolucionario. Por su lado, el joven Octavio Paz sigue sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, inmueble colonial donde Diego Rivera ya había pintado sus primeros murales. En este espacio recibe clases de maestros de la talla del poeta Carlos Pellicer y se relaciona con los intelectuales del momento. Aquí Paz publica sus primeros poemas en la revista Barandal y, en los años siguientes, participa en la fundación de las revistas literarias Taller e Hijo pródigo.
La veta política y crítica del poeta también se manifiesta a temprana edad. A partir de los quince años Paz se involucra en acciones de esa índole, al establecer vínculos con intelectuales de la guerra civil española e intelectuales de izquierda como Pablo Neruda. Esta motivación del joven Octavio por participar en problemáticas políticas y sociales no rivalizaba con su vocación literaria, por el contrario, según sus propias palabras: “Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión.”
Más tarde, Octavio Paz realiza estudios universitarios en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras de la UNAM, así como en la Universidad de California, Berckeley, en los Estados Unidos, esto último gracias a que en 1943 recibió la Beca Guggenheim. Dos años después, durante el mandato presidencial de Manuel Ávila Camacho, ingresa al Servicio Exterior Mexicano y es enviado a Francia, luego a la India y a Japón. Años después, de regreso al país dirige la oficina de Organismos Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, hasta que de nueva cuenta lo envían a Francia y, poco después, a la India ya como embajador. Aquí permanece como representante del gobierno mexicano hasta 1968, cuando renuncia a su cargo en protesta por la masacre de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, a manos del ejército mexicano y por órdenes del entonces presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz.
Para finales de los años sesenta del siglo XX, la trayectoria literaria de Octavio Paz ya era reconocida tanto en el país como a nivel internacional. De hecho, ya había escrito y publicado textos tan significativos como Libertad bajo palabra (1949); El laberinto de la soledad (1950); ¿Águila o sol? (1951); El arco y la lira (1956); Piedra de sol (1957); Las peras del olmo (1957); Conjunciones y disyunciones (1969).
En las décadas siguientes su actividad literaria y política fue igualmente intensa, cuando ya de regreso a México, aceptó el ofrecimiento que le hizo Julio Scherer, director del periódico Excélsior, en ese tiempo el de mayor influencia y reconocimiento en el país. De esta forma fundó y dirigió la revista literaria Plural (1971) y, posteriormente —hasta su muerte—, la emblemática revista Vuelta (1976), que se convirtió en uno de los referentes literarios de mayor prestigio en el ámbito cultural de habla hispana.
Octavio Paz también tuvo una importante producción como ensayista y libre pensador, según ya señalamos, debido a su interés en el acontecer político que le tocó vivir. En este sentido, algunas de sus publicaciones más relevantes son El ogro filantrópico (1979); Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982); Tiempo nublado (1983); Pasión crítica (1985); Árbol adentro(1987); Estrella de tres puntas. André Breton y el surrealismo (1996).
La consagración de Octavio Paz como literato llegó en 1990, cuando la Academia sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura por “su apasionada obra literaria de amplios horizontes, moldeada por una inteligencia sensual y un humanismo íntegro”. En su discurso de aceptación, el escritor mexicano reivindicó el valor de las civilizaciones prehispánicas. “El México precolombino, con sus templos y sus dioses, es un montón de ruinas, pero el espíritu que animó ese mundo no ha muerto. Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, de las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres.”
Con ese bagaje histórico y cultural, reflexionaba el galardonado que por años había recorrido el mundo y se había interesado en el acontecer de las sociedades de su tiempo más allá de las fronteras nacionales, “ser escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente, esa presencia. Oírla, hablar de ella, descifrarla (…) Tal vez después de esta breve digresión sea posible entrever la extraña relación que, al mismo tiempo, nos une y separa de la tradición europea”.
En la siguiente entrega comentaremos una selección de las obras que considero más representativas de este escritor en las diferentes vertientes de su producción literaria, además de reseñar algunos aspectos de su pensamiento político también presente en su obra, y que, por cierto, ha resultado de lo más polémico de caracterizar aún en nuestros días.
Nohemy García Duarte