La soberbia tiene el costo de la derrota para los políticos que empiezan a perder el piso y terminan por desconectarse
de la gente que en su momento les dio el voto para llegar al poder. En el caso de los priístas, el político insensible a las cotidianas necesidades humanas, partidario de las estadísticas, de la frialdad de las cifras, acabó con la hegemonía tricolor.
Botón de muestra la dio Ernesto Zedillo cuando se le acercó una mujer indígena a venderle artesanías y el presidente, como si fuera gracioso, le salió con la expresión: “no traigo cash”.
El desconsuelo de la mujer poco le importó cuando pudo haber ordenado a cualquiera de sus ayudantes que le comprara la mercancía.
Para los medios acomodaticios la nota fue la reacción del mandatario. Nadie se preocupó por conocer la realidad de la mujer indígena.
Zedillo fue el último presidente priísta.
Llegó el PAN al poder con Vicente Fox y muchos se ilusionaron con el ofrecimiento de que acabaría con la corrupción.
En vez de eso, los panistas se avorazaron y comieron todo el pastel, se olvidaron del pueblo, se enriquecieron y cedieron a intereses de poderes fácticos.
Regresaron los priístas y en vez de rectificar sus excesos y ser más sensibles ante las carencias del pueblo, se llenaron las bolsas para vivir tranquilos el resto de su vida. Fueron aplastados electoralmente por el movimiento de Andrés Manuel López Obrador.
Es el turno de Morena, está en su segundo periodo y ya varios de sus cuadros presumen opulencia y les joroba que la gente se les acerque a plantearle sus problemas.
La soberbia no es exclusiva de nadie y puede llevar a la pérdida del poder.
historia termina por poner a políticos en el lugar que merecen.
Arturo Zárate Vite
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