Me encanta el libro "el laberinto de la soledad", Octavio Paz señala que en el mundo indígena la vida no tenia función más alta que desembocar en la muerte; su contrario y complemento. "el mexicano la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, es
uno de sus juguetes favoritos y su amor mas permanente". A los mexicanos se nos sembró desde la conquista, afuerza de la espada, la creencia de que tras morir nos tocaría el infierno o el cielo, el miedo como vehículo para el sometimineto, contrario a las creencias del mundo mexica, en donde morir no era más que pasar a una mejor vida, existencia de una dualidad en donde el día y la noche no eran más que complementos como la vida y la muerte. La iglesia católica se ha tardado mucho tiempo en combatir esa raiz, aún así, más de la mitad de los mexicanos creemos en la existencia de algo más allá de la muerte y que no tiene que ver con castigos, fuego y lava ardiente. Somos de las pocas naciones en el mundo que abrazamos a la muerte como esposa, hija, madre o hermana, hasta culto le rinden. Esa cosmovision podría explicar el por qué somos capaces de vivir entre tanto muerto, producto de la violencia como fiel cumplimiento del derramamiento de sangre a favor de Huitzilopochtli como si los miles de víctimas del crímen fuesen parte de un obligado paisaje mexicano y nada nuevo por cierto desde antes de la conquista, este suelo ya era regado por las venas de muchos, las guerras floridas como pacto entre naciones para llenar las vasijas de los dioses, vino la conquista y los cadáveres sumaban más craneos al Tzompantli de la fusión española indígena ,la independencia y sus figuras heróicas listas para entregar la vida por la libertad, la sangria en la Guerra de Reforma, en las intervenciones extranjeras, en la Revolución, los muertos de ayer y ahora en fosas clandestinas. Todo ese latir mexicano bajo la mirada de una catrina y sus huesos que nos rodean como los fieles de sus hijos. No hay nada de amarillismo en la muerte y si mucho de costumbrismo, así sea en la pintura, en la música, en el teatro, ya pocos creen en el infierno y cada vez más miramos a la tierra prometida del Mictlan, todos tenemos algo de muertos, pues festejamos la existencia de la calaca, nos gustan los panteones no por sombríos, sino por la esperanza de que sean iluminados con velas y nos enseñen el camino al vientre de la madre tierra. No afirmo que a los mexicanos nos gusta morirnos, pero vaya cultura la nuestra que la sienta todos los dias a la mesa.