La plática se dio en un viaje en auto, íbamos cuatro periodistas, uno de ellos saco la experiencia de un conocido suyo que había sido secuestrado, hizo referencia del cómo, ese evento, le había cambiado la vida, pero, sobre todo, de los deseos de poder matar a sus secuestradores, de hecho, había ofrecido dinero a los policías judiciales de la ciudad, pero el caso era ya muy público, por ello, le explicaron los agentes, resultaría difícil
ejecutarlos. Este caso abrió el debate, ¿Qué hacer con un secuestrador, un violador, un pozolero? A nadie se le ocurrió aquello de amnistiarlo, todos coincidimos en aquello de que "si tocan a uno de los míos, un hijo, hija, seres queridos, yo mismo veo la manera de matar a quien les hizo daño". Esta revelación toca con la punta lo que en muchas platicas sucede, el sentimiento de desamparo y los deseos de auto-protegernos, por ello son vistos con simpatía los "vengadores anónimos" nos convertimos en cómplices y no rajamos, no decimos quien fue. Si queremos medir el fracaso de las fuerzas policiacas y los distintos niveles de gobierno en todo el país debemos asomarnos a ese fenómeno, el dónde los ciudadanos se inclinan más por la revancha inmediata en contra de cualquier delincuente, ahí, el estado debe entender que se ha llegado a un punto en donde hablar de mochar manos o de pena de muerte en contra de todas esas lacras no debe ser una mera anécdota devenida de un debate presidencial. Una voz muy quedita se comienza a escuchar y cada vez será más fuerte: la sociedad ya no cierra la boca y el viraje hacia la ley del talión. Ojo por ojo, es ya una realidad. Todos lo sabemos: quien secuestra, quien asesina, quien hace del delito una forma de vida, llega a tener ese campo de acción debido a las fronteras interminables de la impunidad y sus cadenas de corrupción. Las cárceles no son herramientas de reinserción, ahí se han perdido todas las batallas, no se pueden obtener buenos resultados en donde reina el caos y la anarquía. El sistema de justicia en México está muy dañado y muy sencillo que un criminal quede en libertad. Continuar esperando que el milagro se dé no solo es fantasioso, sino que nos condena a repetir las mismas vueltas en este carrusel de muerte. ¿nos duele lo que le sucedió a los tres chavos cineastas en Guadalajara? Por el momento sí, pero habrán de venir más casos, mas pozoleros, mas sicarios, más asesinos y víctimas. No queremos vivir en esta pesadilla, pero pocos se atreven a mirar el problema tal y como es: vivimos tiempos extraordinarios y requerimos medidas extraordinarias: nada de extenderles cheques en blanco a esos mal nacidos, buscar amnistiarlos hasta que uno de esos les asesine a algún hijo o hermano, entonces sí, querremos incendiar al país para buscar venganza.