El Senado y diputados están en la cancha, mayoría morena, lo sabemos, el resto deberá realizar un trabajo pulcro, creativo y de ideas si es que quieren llamar la
atención del respetable. No repetiré los números, pero las playeras del equipo de Andrés Manuel juegan de local.
Ojo, esto no quiere decir que todos sean los mejores, nada de eso, traen varios cracks, bien preparados, sin duda polémicos como Porfirio, pero un grueso de esa alineación aún no salen del asombro y no saben por qué fueron llamados al cuadro titular. Aguas, no llegan por ser los mejores, sino porque la democracia a la mexicana da para esto y más.
Sirva el dato para los millenians. Esto ya ocurría en México, hace 30 o 40 años, cuando los congresos no eran más que apéndices del presidente y como tal , quienes llegaban a ocupar una curul se debía al efecto osmosis del partido o el mandatario.
Ese era el mérito, traer la misma playera y ya. Santo remedio, a trabajar de legisladores y eso de “trabajar” es un decir.
Cierto, los tiempos han cambiado y hoy las aduanas de la sociedad son mucho más estrictas, la apertura en los medios es un camino real y lo que se cierra por un lado se abre por otro.
Ahora bien, ¿qué debemos esperar de esta conformación legislativa? El presidente electo tiene una poderosa herramienta en las cámaras y todos sabemos que las utilizará para llevar a cabo su “cuarta transformación” es lógico y esperable que así sea, y francamente rogamos por que le “salga el tiro” para que de una vez por todas se le de un rostro distinto a México.
No caigamos en la histeria. Si Anaya o Meade hubiesen ganado la presidencia y mayoría del los congresos estaríamos frente a la misma película, la temblorina arranca en que como en el pasado, corremos el riesgo de presenciar mazacotes legislativos, producto de la arrogancia que da el saberse mayoría, no estamos frente a un parlamento europeo, es mexicano, con sus puntos ciegos y una muy arraigada costumbre de hacer de las leyes toda una carpa folklórica.
Quien espere ver resultados que hagan virar el rumbo del barco, por ejemplo, de una nación corrupta a una honesta, pues que se compre su banquito y se siente a esperar porque eso no habrá de ocurrir.
Y no es pesimismo facilón, es la aceptación de que ningún milagro vendrá de San Lázaro o de Reforma; pero sí estaríamos en la ruta de colocar los cimientos de un nuevo acuerdo nacional, uno duradero, pero ese es otro cantar e implica ir más allá del corral legislativo.
Y frente a este show falta rescatar la pregunta: ¿dónde quedó aquello de reducir los congresos? ¿Hacerlos más o menos obesos, menos costosos? No nos espantemos, pues, cuando exijamos resultados sin haber cambiado la receta.