El 13 de noviembre Andrés Manuel López Obrador cumplirá 65 años. No está viejo, si consideramos que la edad productiva en el país es mucho más alta que hace
cincuenta años. Cualquier persona a los 70 o más puede desempeñar actividades que no tiene nada que ver con una edad provecta.
La edad no es el problema, del próximo presidente se ha dicho que está enfermo, que el corazón le falla, internado hace un par de años se vaticinó que no le daría para una nueva carrera presidencial, pues no, ahí lo tenemos, a punto de cruzarse la banda presidencial, se le ha visto llegar a cardiología para los chequeos, eso es lo correcto en situaciones en donde el musculo cardiaco te ha mostrado algunos sustos, pero esto no indica que vayamos a tener a un mandatario despachando desde el hospital.
Pero por históricas razones, en México, se ha querido ver a los presidentes como seres de otro planeta, tlatoanicos, conectados con la fuente del universo y por ende, incapaces de enfermarse. Ha sido hasta hace poco que se comenzó a filtrar el que un mandatario tomaba pastillas para la ansiedad o que padecía de alguna enfermedad grave, sin que se haya confirmado.
Vicente Fox fue relacionado con el prozac o lo de su operación de una hernia discal, Felipe Calderón con el alcohol, Peña Nieto con problemas en la tiroides, rumores, algunos con mayor credibilidad y otros solo eso, susurros. Hacia atrás, era secreto a voces que Adolfo López Mateos sufría de fuertes migrañas que lo paralizaban y que lo mantenían en reclusión en habitaciones frías y sin luz para mitigar los brutales dolores de cabeza. Pero pudo más su fama de casanova y corredor de autos deportivos que eso de las jaquecas.
Hoy toca al futuro presidente de México salir a batear todas las versiones que le señalan un problema cardiaco. Él responde que está al cien, que habrá presidente para rato, no veo por qué no creerle, al final de cuentas él sabrá como anda del organismo, pero lo que si debería es ser tratado con mayor apertura, que es la condición física y de salud de un personaje tan importante como el presidente de México, se convierte en tema de corrillos políticos, o chismes de café.
¿Los mexicanos necesitamos saber si un presidente tiene colitis como la gran mayoría o si su corazón o riñones le funcionan bien? Considero que sí, básicamente porque se trata de un personaje sumamente importante para el país, pero también, para ir desmitificando aquello de que los presidentes no se enferman, de que son indestructibles cuando en realidad se trata de seres humanos tan frágiles como cualquiera de nosotros y que son sometidos a niveles muy altos de estrés y presión.
En todo caso deberíamos concentrarnos en estudiar otro tipo de ángulos, como la salud mental o nerviosa de quien toma decisiones a ese nivel. Saber cuáles son sus fortalezas intelectuales, sus debilidades emocionales, esos factores que indicen en la delgada línea de los errores o aciertos políticos o económicos en un país.
¿De qué nos sirve un hombre, desempeñándose como presidente de una nación, totalmente fuerte, sin rasguños en la piel u órganos internos, pero de la cabeza está hecho un desastre, tirando a loco? Mejor revisemos la materia gris, esa sí, un gran laboratorio que igual nos puede cambiar la vida o arruinarla.