El actual modelo laboral para los jóvenes está muerto, hacerlos trabajar ocho o diez horas bajo condiciones salariales apretadas no les genera ningún tipo de
incentivo , hoy, nos enfrentamos a uno de los retos más serios, el que hacer con los millones de chavos que han entrado o están entrando a las canchas oficiales de los empleos, muchos de ellos recién egresados, limitados a pocas oportunidades en sus mercados profesionales y que si no tienen algún tipo de palanca verán escurrir sus sueños en unos instantes, para dirigirse hacia otras ofertas que nada tendrán que ver con todo lo que aprendieron en las universidades, y claro, si consideramos que hayan tenido la oportunidad de cursar por instituciones de educación superior, pero un grueso de ellos no tienen más que la prepa inconclusa o alguna de corte técnico…¿cuánto se le deberá pagar a un joven que ingresa a laborar? Ninguno verá cumplir su sueño de un horizonte estable y solido si nos asomamos al espejo nacional, cinco mil pesos mensuales para muchos, seis, 7 o hasta diez si tienen la buena suerte de uno entre mil, pero sujetos a largas jornadas laborales, de esas que van secando la voluntad, que mimetizan el espíritu con la computadora y le van haciendo a los jóvenes una piel muy gruesa para que resistan desde los caprichos , ocurrencias de quien manda en una oficina.
Trabajar en lo que se pueda o migrar hacia las urbes es la salida, la única. Si ganan tres mil mensuales les va bien. Seamos honestos, el país no ha marcado ruta para ellos, lo que se diga son meros paliativos, a los jóvenes solo se les sube a la agenda cuando se necesita el voto, el resto queda para irlos acostumbrando a contratos mensuales o trimestrales, para que no hagan antigüedad y así quien los jefaturea los pueda despedir sin problemas legales.
A los jóvenes se les entretiene con celulares y aplicaciones, con series de televisión que les signifiquen modelos a seguir, pero que jamás podrán imitar, esperanzados a que su vida de un golpe de suerte y encuentren esa fuente de ingresos que les permita casarse y si antes se puede viajar, aunque sea de mochilazo, cumplir socialmente con aquello de un buen empleo, y ahí tienen a los parientes preguntando a los compadres si les pueden echar la mano para encontrar una chamba que les ayude con el gasto en la casa, si la palanca es buena estarán del otro lado, ganando un poco más, pero limitados a las buenas relaciones de sus conocidos, solo a eso.
A los jóvenes en México se les ha ido retirando las expectativas, participantes de escenas emotivas como la de los sismos de septiembre, pero enrutados solo en lo que quepa en las autopistas de las redes sociales, pues fuera de ellas no se sienten a gusto.
Se necesita de los jóvenes, pero los queremos sin vendas en los ojos, que sepan realmente que para desdoblar el presente se requiere que abran bien los ojos y se atrevan a sumarse en una sola dirección.
A los jóvenes se les sigue tratando como adolescentes, como mexicanos de tercera categoría, despreciados en la mayoría de proyecciones políticas y económicas, y que caben solo cuando se les ve actuar ,pero no en el campo de la manifestación o la toma de calles, sino cuando ellos, deciden torcer las reglas y cambiar paradigmas laborales o de oportunidades en México ya se han presentado algunas pinceladas de esa resistencia poética juvenil, el poder político se ha enfrentado en algunas ocasiones a esos muros, los jóvenes deben exigir, elevar la mira, abrirse más al uso de la razón y menos de la doctrina de los memes. Si los jóvenes mexicanos no se sacuden a raíz, sencillamente continuarán siendo un laboratorio social más de una clase que nunca, pero nunca les regresará la cancha que les pertenece , la de ser dueños de sus caminos y no lo que hoy significan: un ejército de asalariados que un día son contratados, al otro despedidos y sujetos a un feroz mercado laboral que los esclaviza.