COLUMNA ¡QUE CONSTE,… LOS OLVIDADOS!
Pues sí, allá, Macedonio Alcalá, lejos del terruño, en la ciudad, no veía los montes ni el salir del Sol y el anochecer con las luciérnagas luciendo verdosas entre sombras de viento y fantasmas que agonizan, no lograba entender el por qué no había crepúsculo entre los
ruidos de la ciudad y la soledad, el Cielo y la Tierra eran las constantes en esos olores, sabores, colores de una tierra de ensueño, tradición y magia pura. Macedonio, solamente vivió 38 años, al morir en 1869, dejando más de cincuenta obras escritas entre esa nostalgia que hace del Dios Nunca Muere el himno oaxaqueño que hace llorar a cualquiera allá en lejanas tierras o en lejanos recuerdos y sentimientos: “Muere el Sol en los montes. Con la luz que agoniza. Pues la vida en su prisa nos conduce a morir”. “Pero no importa saber que voy a tener el mismo final porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá”. “Voy a dejar las cosas que amé, la tierra ideal que me vio nacer, sé que después habré de gozar la dicha y la paz que en Dios hallaré”. “Sé que la vida empieza donde se piensa que la realizada termina”. “Sé que Dios nunca muere y que se conmueve del que busca su beatitud”. “Sé que una nueva luz habrá de alcanzar nuestra soledad y todo aquel que llega a morir empieza a vivir una eternidad”. “Muere el sol en los montes con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa nos conduce a morir”…y siempre la vida agitada y veloz que va terminando entre la soledad y la neblina de los montes y la luz que marca la noche y la soledad, los recuerdos y el estar con uno mismo y en esos recuerdos, los que vemos morir el día, sabemos que vamos muriendo con él, como Macedonio lo vivía… hoy, quedan partituras, recuerdos, interpretaciones, violín y magia, su nombre en un bello teatro y como dijo él: si Dios nunca Muere tampoco él, ahí está entre los rumores de la vida y el sentir de millones que han escuchado ese bello himno que estremece hasta el corazón…
Si existen manos mágicas que tejen, pintan, bordan, esculpen, crean, amasan el barro, le dan vida a la tierra, también, existe, en Oaxaca, esa magia en el color que sale de la nada y se plasma en las pinturas de muchos artistas y creadores, y allá, en los montes, donde agoniza la luz y vuelve a nacerse están miles de niños que no saben leer ni escribir y saben leer las partituras y tocan algún instrumento que rompen el silencio de las montañas y dan vida, alejando la soledad. En Oaxaca, hasta en el comer y en el guisar de las cocineras tradicionales se ve el amor y la creatividad, los fondos de las palabras, el cantar de las lenguas, los giros del zapoteco, del mixteco, del chontal, del chatino de los amores que salen del corazón en cada trato entre los indios y que se respetan en la palabra, y por eso, asumen su distancia para marcar su cercanía y el compromiso de vida en cada trato en el mercado, en el cambio , en el trueque y así se nota la música del alma ,en cada gente, no como un fantasma sino como algo vivo que siempre está presente.
Recorrí muchos municipios, en Oaxaca, hay 570, con miles de caseríos y miles de almas en la creación y en las emociones de cada cerro, de cada cañada y cuando uno camina por esas tierras que van envolviendo en la magia, uno va entendiendo todo ese lenguaje en los sonidos de las guitarras, de los instrumentos de viento, porque en la montaña hay nostalgia y mucho sentimiento, en cada caserío hay alguien que toca y afina y enseña a otros a tocar, en cada caserío le piden algún instrumento para que los niños no se vayan por cualquier lugar y añoren sus cosas que aman y mueran de poco a poco como dicta la soledad. Hace años, Don Pedro Vázquez Colmenares, que además de político era un buen compositor y amante músico, alentó a que cientos de bandas de los pueblos bajaran y dieran un magno concierto, impactó, todos sintieron que en cada cuerda o en cada soplo estaban las almas que sufrieron y las que viven en los recuerdos. Ahí, miles de niños tocaban con su mejor empeño, pulsando y soplando como se debe para estar a la altura del evento… lloré, la música tiene esa magia que hace saltar las lágrimas de emoción o de nostalgia y da lo mismo, son lágrimas que lavan el alma y se mantiene el espíritu en calma, es como una magia, es como andar a lomo de caballo y sentir cada pisada, estar en el cielo y en a tierra, ser y no ser, sentir la protección del nahual y ver a los chaneques o a los espíritus que vagan por entre esos cerros que dejan dolor y caricias y amor: la magia pura. Como pura era la forma en que María Sabina daba, con amor, cada par de sus hongos, como hablaba en sus ritos y como tenía la mirada que penetraba hasta el corazón y lo sacaba para que los dioses lo vieran y lo perdonaran… allá, en los montes de Huatla, con la luz que agoniza también se van dando los viejos toques de los brujos, de las almas buenas, las que sacan al chamuco y dejan limpio de penas. Esa es la magia de todo en la música, en el comer, en el beber, en la toma de hongos, en el ver la neblina que baja y que sube y se pierde y se esfuma por la luz o el calor y el frío y la noche y el susurro constante del viento y los suspiros de muchos, y el silencio que habla de zapotecos o de mixtecos o de todos, cuando ellos se juntan o están lejos, esa es la magia de la música y el sabor de la tortilla de maíz y el calor del mezcal que deja su alma en el agüita que marea y saca las palabras. En Oaxaca, todo es color, magia, pena, sabor, manos que tejen o manos que arrullan o manos que hablan o manos que aman y por eso, Dios, nunca muere… es su magia… su Guelaguetza, su palabra, su son, su música…su alma