Nos preparamos para las festividades de SEMANA SANTA, unos, para descansar plácidamente en las casas a lo mejor tomando el sol en la azotea tomando una chela helada, otros,
irán a las playas o visitar a sus parientes en varias partes del país y algunos solamente algunos se irán a retiros para reflexionar sobre la vida y la muerte. Lo que es realidad es que se espera con los tumultos y pachangas, con la falta de controles y de las sanas distancias y demás recomendaciones por parte del señor Gatell que por supuesto él no cumple y le vale un soberano comino , tendremos lo que ahora se dice será la terrible nueva ola de contagios y si ya llevamos más de 200 mil muertos por la pandemia pues podríamos tener muchos más, para los burócratas que saben gozar de la vida y disfrutar de los puestos con presupuestos pues solamente son números y nada más, para las familias afectadas son dolores y tragedias y sobre todo malos recuerdos y en muchos casos resentimientos porque no entienden que por sus negligencias, descuidos o tragedias se contaminaron y terminaron, muchos, en la muerte, pero eso sí, pues lo "bailado quién nos los quita?" pues nadie es lo que nos dicen todos los vacacionistas mientras andan en el desmadre y después ya ven, llorando, lamentándose y culpando a los demás por sus tragedias que al final de cuentas ellos mismos provocaron.
Si tenemos tiempos de reflexión y no los aprovechamos y nos vamos al despapaye y a la pachanga pues no podremos entender más que cuando tenemos algo que en verdad reflexionar, lo mejor que hacemos los mexicanos es evadirnos por medio de la pachanga y del relajo, nadie toma en verdad el alto significado de la vida y menos del mensaje que tiene, en la vida misma, el final de ella, con la muerte, preferimos burlarnos y no tomarla en serio y no porque no le temamos, al contrario, por el miedo y el temor a la muerte es que nos evadimos con chistes y desmadres. He visto a lo largo de mi vida actos de los viejos en el campo que tienen un enorme respeto a lo que es la Semana Santa y por ello, cada vez que tengo que recordar la belleza de la humildad y del amor a la vida y la solidaridad me recuerdo aquella historia de la viejecilla que llegó a la cola de donaciones, después de una tragedia en el terremoto de aquellos años y para donar solamente llevaba en sus manos una cajita y unas estampitas y al llegar con los pies descalzos y las ropas viejas y limpias ante la esposa del gobernador le dijo con mucho amor: "Traigo algunas nueces que es para el alimento del cuerpo y unas estampitas que es el alimento del alma"…
Y recuerdo que en esos tiempos viajábamos a Tianguistengo, Hidalgo, para estar en la casa de la abuela Rosalía y ahí, además de ese encantador patio lleno de naranjos y del pozo con su magia y secretos, observaba a la abuela tejiendo con un gancho sus largas tiras donde en diferentes formas tejía para hacer los manteles o las colchas, y ella, con esos ojos perdidos en sus propios recuerdos y en su soledad y silencios parecía que rezaba y eso creo hacía, y ahí, formaba la gran belleza de su vida, sin quejas ni llantos, solamente laborando para hacer las delicias en tamales y chorizos que a mi padre y a nosotros nos gustaban tanto, y en las tardes nos enviaba a la casa del tío Juan para que trajéramos las "frutas de horno", el marquesote, las empanadas de queso llenas de azúcar y esos panes que del horno de leña salían con el fuego que les daba vida a dar el calor de la vida por medio del sabor y de los tragos de café, llenos los ojos de las flamas de los palos al quemarse y de las chispas al gritar su canto para irnos a las calles a observar la maravilla de la luz y las luciérnagas que nos daban el sentido de la vida.
En nuestros pueblos todo festejo lleva la comida y en cada tiempo las especialidades de cada una. La vida se alimenta y la muerte también deja llenos los cuerpos de los deudos, todos toman aguardiente o café con el piquete y hablan de las cosas chuscas de los que están tendidos esperando el último viaje al campo santo donde quedarán y se llorarán por algún tiempo para después perderse entre el polvo del que venimos y al que regresamos y así, la abuela, nos explicaba que la muerte del "señor," siempre le decía Señor, no Jesucristo, sino el Señor, estaba en ese grito de dolor, pero con la esperanza de la resurrección… decía ella, la vida real, y se quedaba mirando a la nada y a la huerta como buscando una respuesta del Señor.
Ella, con su rebozo negro y sus manos fuertes y creativas nos guiaban a ver la procesión de las tres caídas, y ahí, como si fuera en aquellos tiempos, la gente se veía impactada por el dolor que se causaba en contra de un "inocente" y del coraje que se tenía ante el poder y el perdón otorgado en su lugar, y así, cuando avanzaba la procesión y se llegaba a la crucifixión observaba a la abuela y veía llegar las lágrimas a sus secos y viejos ojillos y me llenaba de dolor, como que por ello, en realidad, viéramos el alto significado de la vida y de la muerte entendiendo que nada se destruye porque todo se transforma, y eso, como que da el valor para continuar caminando por la vida misma y soportando el dolor de las pérdidas y los amores. Y cuando esto me llega en el recuerdo, pienso, nuevamente, en aquella viejecilla que con todo el significado de la vida llegaba a formarse y a dar todo lo que tenía: "UNAS NUECES PORQUE SON EL ALIMENTO PARA EL CUERPO Y UNAS ESTAMPITAS PORQUE SON EL ALIMENTO PARA EL ALMA" y pues claro, como viejo nos llegan más fácilmente las lágrimas porque al final de cuentas ya no tenemos misterios que guardar y podemos darnos el lujo de ser como en realidad somos, porque sabemos ya que los tiempos se van y que cada minuto que pasa nos quedan menos minutos de vida y que llegará todo a su tiempo, para saber que al final de todo nada nos llevamos más que los amores y los recuerdos porque volvemos al polvo del cual llegamos envueltos y así es la vida, ya tendremos que dar cuenta de las nueces como alimento del cuerpo y de las estampitas como alimento del alma…mientras tanto, vivamos los recuerdos.