Muchos de los grandes discursos de la historia vieron la luz en momentos aciagos, en el epicentro de la confrontación, en el furor de la guerra, en el vórtice de la injusticia, en el seno de
profundos cismas sociales o políticos, en el marco del infortunio, o en los agitados mares de la desolación y la desgracia. Se trata de simples cúmulos de palabras que, por su naturaleza inspiradora, por su carácter atemporal, por su fuerza y claridad argumentativa o por su trascendencia y poder transformador, han marcado la historia y la vida de los hombres. Y es justo en estos momentos de grave crisis sanitaria cuando la conciencia del mundo ha sido sacudida por el emotivo discurso de la Canciller Alemana Angela Merkel, recientemente pronunciado ante el Bundestag en ocasión de la pandemia y de su avance devastador; resistente a las tentaciones demagógicas y a los convencionalismos oficiosos de los políticos tradicionales, se sitúa en los terrenos y en la narrativa del Estadista. Y es que, como suele recordarnos la célebre frase de Winston Churchill, uno de los más destacados hombres de Estado del que guardemos memoria, "el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones" (frase que nuestro inquilino de Palacio, no parece guardar en su memoria). Marcado por su claridad y por una inusitada empatía (una palabra que algunas conciencias egocéntricas y pusilánimes han borrado de sus diccionarios) trasciende las fronteras de la lejana Alemania para volverse universal:
"Me dirijo hoy a ustedes por esta vía inusual, porque quiero decirles lo que me guía como canciller, y a todos mis colegas del gobierno, en esta situación. Corresponde a una democracia abierta que transparentemos y expliquemos las decisiones políticas. Que fundamentemos lo mejor posible nuestro proceder y lo comuniquemos, para que resulte comprensible [...]. Por eso, permítanme decirles: la situación es seria. Tómenla también en serio. Desde la reunificación de Alemania, no, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había planteado a nuestro país ningún otro desafío en el que todo dependiera tanto de nuestra actuación solidaria mancomunada [...]. Alemania tiene un excelente sistema de salud, tal vez uno de los mejores del mundo. Pero también nuestros hospitales se verían superados si en poco tiempo ingresaran demasiados pacientes con una evolución grave del coronavirus [...]. No son cifras abstractas en una estadística, sino un padre o un abuelo, una pareja. Son personas. Y nosotros somos una comunidad en la que cada vida y cada persona cuentan [...]. Yo sé cuán dramáticas son ya las restricciones: no más eventos, ni ferias, ni conciertos, y por lo pronto tampoco más escuela, ni universidad, ni jardín infantil, ni juegos en los parques. Yo sé cuán duramente golpean nuestra vida y nuestra idea de la democracia los cierres acordados entre el gobierno federal y los regionales. Son restricciones que jamás hubo en la República Federal de Alemania [...]. Permítanme asegurarles: para alguien como yo, para quien viajar y desplazarse fueron derechos por los que hubo que luchar mucho, tales restricciones solo pueden justificarse por una absoluta necesidad. En una democracia, jamás deberían dictarse a la ligera y solo pueden ser aplicadas temporalmente. Pero en este momento son imprescindibles para salvar vidas".
Tales fragmentos de su discurso parecen encerrar, en su simplicidad y contundencia, esos rasgos que la demagogia rancia y el discurso populista de nuestro inquilino de Palacio han archivado en la bodega de las cosas inútiles: la transparencia y fundamentación del proceder político, la capacidad de afrontar y de comprender un evento catastrófico en su dimensión verdadera, el entendimiento inequívoco de que cada víctima de la tragedia es algo más que una cifra hueca en la contabilidad de los muertos, y la comprensión clara de que la salud y la vida humana se ubican siempre en la cúspide de las prioridades, por encima de conveniencias políticas, intereses personales o electorales, proyectos materiales o mezquindades narcisistas.
Y es que, ¿puede haber ruindad más grande que negarse a usar un cubrebocas con el fin de aparentar, en el plano de lo simbólico, "fortaleza física", "inmunidad moral" o "poderes especiales", aun cuando el mal ejemplo de un "líder político" podría cobrar la vida de miles de personas? ¿Qué mayor vileza puede haber que "falsear" la ciencia, recurrir a malabarismos estadísticos, minimizar u ocultar las verdaderas cifras del desastre, o insistir en la gestión de dos infames matasanos, más preocupados por su escalada política y su fidelidad ciega al iluminado que por evitar la muerte de sus semejantes?
Ante la impenetrable cerrazón ideológica, la renuencia a la rectificación, la sordera a la crítica o la recomendación; ante la canallada de gobernar mirando las encuestas, preocupado por el aquí y el ahora, sin visión de futuro ni proyecto de nación; ante quien busca tan sólo el poder y los aplausos mientras endosa sus errores a los artífices del pasado, se levanta como una campanada el discurso de la Canciller alemana: "Ésta es una situación dinámica y seguiremos siendo capaces de aprender, para reconsiderar en cualquier momento las cosas y poder reaccionar con otros instrumentos".
Cuando se tiene un simple gobernante, un político anodino atenazado por la ambición y obnubilado por el odio, se escribirá tan sólo el discurso de la infamia, las oscuras páginas de la incompetencia y del fracaso. La desgracia pone en su sitio al incapaz o al farsante, pero encumbra al visionario, al Estadista, al que se olvida de sí mismo para pensar en los demás.
En uno de los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial, tras la caída de Francia en manos de los nazis, cuando todo parecía perdido para los aliados, tuvo lugar uno de los momentos más gloriosos y emblemáticos de la contienda a finales de mayo de 1940: la operación Dinamo. Tal estrategia fue diseñada para rescatar a los cientos de miles de soldados británicos, belgas y franceses rodeados por el avance demoledor de los ejércitos alemanes en las playas cercanas a Dunkerke. Sin importar su tamaño, su velocidad o su calado, todo barco capaz de cruzar el canal de la Mancha fue incorporado a la labor de rescate. Muchas embarcaciones civiles acudieron en ayuda de una marina británica rebasada por la magnitud de la empresa. Tras la evacuación de alrededor de 338,000 efectivos, y en medio de los momentos más difíciles de la guerra, surgiría el "espíritu de Dunkerke", esa actitud de tenacidad, capacidad de resistencia y sacrificio que habrían de caracterizar a Churchill y a los valientes británicos a lo largo de la guerra.
Los Estadistas escriben la historia entre la tinta derramada por la mediocridad.
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.