La ideología, ese sistema de ideas y de conceptos fundamentales que convertidos en verdades inmutables por un individuo o una colectividad caracterizan su visión del mundo, puede a menudo desvincularse de la realidad, escalar a través de la abstracción y de la atemporalidad hasta los linderos de la utopía.
Esculpir en piedra las ideas, ceñir el conocimiento a un reducido número de categorizaciones y de pensamientos estancos, refugiarse en la comodidad de interpretaciones apriorísticas (a menudo materializadas en el lema o en la consigna), crea los lazos identitarios, los sentimientos de pertenencia, el firme "respaldo cognitivo" en el que pueden recargarse la estupidez o la ignorancia. Quien al margen de la evidencia se ciñe al pensamiento, puede extraviarse en la irrealidad, reducir su mundo a un solo principio de integración y referencia, encerrarse en un esquema tautológico que, maniatado a su propia lógica interna, no encuentra escapatoria ni salidas.
Apartada de los acontecimientos, ajena a la naturaleza cambiante de la realidad, la ideología se transforma en rígida elaboración, en inquebrantable trabazón anclada en el dogma, en una interpretación del mundo, simple y holística a la vez, cimentada en el prejuicio y la fabulación. La ideología desconoce la evidencia, evade la crítica y el ejercicio reflexivo; de ahí su sectarismo, su cerrazón apasionada y ciega, su tendencia totalitaria y dictatorial. Todo aquel que se aleje del entramado ideológico será descartado, repelido, desterrado del vínculo comunitario sostenido por la creencia, el prejuicio y el pensamiento unitarios.
Nada moverá un ápice el vehículo del pensamiento, nada modificará su predecible rumbo cuando se desplace sobre los rígidos rieles de la cerrazón ideológica. La realidad será reinterpretada, reformulada, ajustada, distorsionada o francamente ignorada bajo el opaco lente de la preconcepción y la monomanía.
¡El petróleo es el mejor negocio del mundo!, exclamo sin titubeos nuestro amo y señor del anquilosamiento ideológico. A contracorriente del mundo, bajo el prejuicio imperturbable de su roca cerebral, en el gélido espacio de su congelamiento conceptual, nuestro inquilino de palacio se aferra al pasado, a los inútiles y empolvados recuerdos de una época gloriosa. Cuando el mundo apuesta por las energías limpias, cuando sostenemos una empresa como Pemex que sólo en el último trimestre de 2021 registró una pérdida neta de 1,813 millones de dólares, se anuncia la compra del siglo, la inversión que nos hará autosuficientes, la panacea que nos sacará de la pobreza y del rezago: la refinería de Deer Park en Texas que fue adquirida por 600 millones de dólares y que registra una deuda de 980 millones de dólares y pérdidas por dos años consecutivos de hasta 4 mil millones de pesos anuales. Al rebuzno ideológico de nuestro inquilino de palacio, cabe agregar su "do de pecho": la construcción de la refinería de Dos Bocas que, con la misma capacidad de producción de Deer Park, costará 7.6 veces más, con una inversión de 8,900 millones de dólares.
No cabe duda; nuestro inquilino de Palacio sufre , tal como se afirmó en una reciente publicación de "The economist" titulada "Mexico´s false messiah", de "necrofilia ideológica": ese afán incomprensible y estúpido de aferrarse a los cadáveres de las ideas, a esas que han demostrado una y otra vez que no funcionan.
En la mitología griega, Procusto era el sanguinario propietario de una pequeña hospedería en Ática. Tras ofrecer a los incautos viajeros una generosa cena, los invitaba a descansar en una cama de hierro muy peculiar. Una vez que dormían, eran atados a las cuatro esquinas del lecho y amordazados sin piedad. Si la víctima resultaba ser más larga que la cama, Procusto serraba las partes sobresalientes del cuerpo, esto es, los pies, los brazos, las manos o la cabeza; si el infeliz huésped tenía una longitud menor a la del lecho, era brutalmente descoyuntado a martillazos para estirar su cuerpo a la medida de los bordes.
No cabe duda: nuestro Procusto bananero amputará al país o lo hará pedazos hasta arrancarle los miembros. Debemos ser la potencia bananera del "oro negro".
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina