Muchos son los deshonrosos calificativos que en su singular torpeza y reiterado desacierto ha logrado cosechar nuestro inquilino de Palacio; su estupidez polifacética, su ignorancia pluridimensional y su torpeza multiforme,
le han valido con justicia un aluvión de epítetos que, a pesar de sus aciertos descriptivos, no consiguen dibujar de cuerpo entero la podredumbre interna, la descomposición moral, la ambición disfrazada y la supina ineptitud de quien ahora nos gobierna. Desde el "Falso mesías" del prestigioso "The Economist", el "Poeta del insulto" de Gabriel Zaid, el "Hiperpresidente" del "Le Monde", el "Mesías tropical" de Enrique Krauze o la "Decepción para el mundo" de "The Nation", pasando por la "Resurrección del PRI" de Vargas Llosa, nadie ha conseguido reflejar en su justa brutalidad, en su evidente mezquindad, los rasgos constitutivos de nuestro aspirante a dictador. Definirlo por su proceder político, por sus posicionamientos ideológicos, por la estridencia de sus fracasos, la ceguera de sus decisiones, la rusticidad de su concepto de Nación, su nostalgia por un pasado obsoleto y caduco, o por la pequeñez intelectual de su visión histórica, ha dejado de lado el aspecto primordial, el componente medular, el ingrediente esencial en el tejido de su "persona", ese "ser o no ser" del hombre frente al mundo: La condición moral. Al respecto, nadie más cerca de plasmarlo en su verdad, en su entramado perverso, en su sordidez original, en su miseria constitutiva, que las palabras del escritor e investigador mexicano Martín Moreno: En el devenir histórico de nuestro Patria, en el accidentado transitar de nuestra biografía nacional, en la que tantas veces han desfilado la traición, la corrupción, la ineptitud o la frivolidad, asoma un nuevo perfil, una nueva estructura caracterológica aun más inquietante y perversa; la de un "presidente cruel". Definición sobre el individuo, sobre la esencia oculta en su coraza discursiva, en su revestimiento ideológico, en su sobada narrativa de la manipulación y del engaño. Caracterización que al margen de la naturaleza coyuntural, cambiante y engañosa de su proceder político, de las nefandas consecuencias derivadas de su inflexible dogmatismo, de las trampas perversas de su populismo mesiánico, refleja su naturaleza moral, su estructura inmanente y definitoria; revelación de su centro, de los móviles de su proceder, del trasfondo primordial de su intencionalidad verdadera. Su crueldad es inhumana y destructiva; culmen de la impiedad, cima del salvajismo y la animalidad, apogeo desbordante de su egocentrismo extremo que cosifica a "los otros", que desconoce el significado de la compasión y la empatía, que soslaya y desdeña el sufrimiento de los demás, que minimiza la desgracia transmutándola en ataque, oposición ideológica u orquestado complot. ¿Qué miseria personal, qué dureza de espíritu, qué tipo de mezquindad ética, de descomposición moral o de vileza constitutivas son necesarias para considerar que "detrás de las protestas en los hospitales de padres de niños y niñas con cáncer por falta de medicamentos están los partidos políticos"? ¿Qué variante de la ruindad es capaz de suponer que el visitar el epicentro de un desastre para "acompañar" y consolar a las víctimas, para tomar la mano de los deudos y adueñarse de su tragedia, es una muestra de "hipocresía" y de "conservadurismo" ideológico? ¡Es la crueldad "calculadora", la que sabe de los costos y los daños, la que es capaz de escatimar y almacenar millones de vacunas mientras la muerte se pasea entre nosotros, para aplicarlas por millones al borde de las elecciones! Es la crueldad del que mide la ganancia, del que calcula los réditos, del que supone que el triunfo justifica los medios. ¿Qué son los 600,000 muertos de la oleada pandémica, los 85,000 homicidios dolosos, los 13 millones de nuevos pobres, las 10 mujeres que mueren asesinadas día con día, las miles de empresas que irán a la quiebra? ¡Nada! Invenciones perversas del conservadurismo enemigo, confabulación neoliberal que busca su desprestigio. Nada habrá capaz de interrumpir sus rifas, sus delirios mesiánicos y salvíficos, el constante fluir de su diatriba electorera. Nada lo hará temblar, nada que lo sacuda o lo emocione: crueldad de piedra, infamia hecha persona, imperiosidad de atender lo que le importa a costa de la alteridad.
Pero la crueldad deja una deuda, una estela indeleble de traición y de infamia. Ahora somos nosotros los que tenemos "otros datos", los que habremos de juzgar su vileza y su infamia, los que escribiremos para la posteridad el juicio de la historia.
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina