Del engaño a la banalidad, entre su enojosa trivialidad y su insufrible soberbia, atrapados en el pasmo social de sus falsas promesas y de su demagogia descarada;
hundidos como en un espeso fango en su realidad enajenada, en su retórica delirante; atrapados en su enorme castillo de naipes hecho de embustes y esperanzas, inmersos en este infame retroceso democrático que su narrativa demagógica supone "transformación", nos acercamos peligrosamente al puerto de la utopía, a la tierra de la mentira, al mundo del "nunca jamás" que nuestro inquilino de Palacio construye para su "pueblo"; ahí donde cantan las sirenas para adormecer la conciencia, donde se bebe el elixir que obnubila y embriaga, donde el oído escucha la música que anhela. Hemos rechazado la medicina del sabio, la pócima verdadera del esfuerzo y del trabajo, la cura dolorosa del sacrificio y el empleo; ahí frente a nosotros se yergue el taumaturgo, el que anuncia el milagro, la generación espontánea del conejo en la chistera. El halago popular se convierte en su fuerza; apoyado en la ignorancia, en la desinformación y en la mentira, construye su "burbuja", su fingida reivindicación de los "pobres y los justos", su realidad inútil y holográfica, su medicina "alterna", sobrenatural y portentosa.
Se ha anunciado la nueva inutilidad, la última ocurrencia, el más reciente espasmo de sus crisis de imbecilidad: un Palco en el "Azteca", una casa en el Pedregal, un "depa" de lujo, un exitoso sorteo especial, los nuevos y prodigiosos "cachitos" que aliviarán la pobreza y la desigualdad. ¿Qué pecados no hemos purgado los mexicanos para merecer en nuestro horizonte tan insulso charlatán? ¿Por qué una Nación tan grande, tan vasta y tan rica, con tantas aportaciones a la cultura y al mundo, debe soportar la fatuidad de un ignaro que, ante los muertos de la pandemia, el dolor de las mujeres asesinadas, el rebrote en ciernes de la covid-19, la inseguridad incontrolable, la huida de los inversores, el desempleo rampante, la quiebra de miles de empresas, el aumento desbordado en las cifras de pobreza, no atina sino a fraguar sus rifas bananeras?
Presidente de lo inútil, de lo insustancial, del discurso baladí y de la perorata frívola. Siempre quejoso, siempre entregado a sus inverosímiles lamentos de plañidera de entierro, siempre incendiario, siempre evasivo ante lo que debe decir, siempre omiso ante lo que debe hacer, siempre indiferente al dolor, siempre tardo en la desgracia, insignificante ante nuestra grandeza, ineficaz e infecundo ante el rezago de nuestra patria. Seguiremos buscando en el pajar ajeno la aguja perdida que nos clavó en el trasero. Seguiremos la ruta del engaño, de la subvención, de la dádiva milagrosa, del subsidio y del asistencialismo que fomentan la indignidad, que paralizan el esfuerzo, que no son sino la trampa demagógica del impostor y el ambicioso.
Jamás pensé presenciar tal espectáculo, algo tan indigno como estúpido; el presidente de una Nación, el hombre que debe dirigir los destinos de millones de mexicanos, el "elegido" de un pueblo para superar los obstáculos y llevarnos a un futuro promisorio y rico, la figura que representa la esperanza en el epicentro mismo de la desgracia y de la muerte, dedicado en cada una de sus ridículas mañaneras a escudriñar los insultos, las críticas, los dichos de sus adversarios, el disenso de ayer o la crítica del momento: un presidente, sí, un presidente que le muestra a su pueblo y al mundo entero en un video como Héctor Aguilar Camín, un infame periodista, un detractor del conservadurismo, un escritor e historiador del viejo régimen corrupto, le llamó "pendejo y petulante".
¡Qué suceso, que acontecimiento tan infortunado y relevante! ¡Qué despliegue de infamia y de ignominia, digno de ser recogido en las imperecederas crónicas de la historia! ¡Nuestra Nación se desangra ante la vileza, la canallada y la deshonra de los próceres de nuestra patria! Al diablo los convoyes caídos, los cadáveres de los masacrados, la muerte evitable de los niños con cáncer, el dolor de las víctimas, las ejecuciones y la miseria! ¡Debemos marchar en su defensa! Nadie volverá a decirle nunca más "pendeeeeeeeejo y petulante".
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina