"Podemos aprender de la historia, pero también engañarnos a nosotros mismos cuando buscamos electivamente pruebas en el pasado para justificar lo que ya hemos decidido hacer."
Margaret MacMillan
La historia es esa gran pregunta que sólo es posible responder, de forma más o menos acertada, cuando contrastamos las diferentes versiones de los acontecimientos, comparamos y analizamos cuidadosamente las fuentes seleccionadas, determinamos su confiablidad, autenticidad, coherencia y pertinencia para construir con ellas una narrativa racional, objetiva, congruente y fundamentada (libre de prejuicios, de sesgos ideológicos y de visiones en blanco y negro), que proporcione esa explicación convincente y racional de lo acontecido en el pasado. Adherirnos a la verdad, entendernos en la complejidad y en el amplio espectro de matices que suelen albergar los hechos y las realidades pretéritas, desmitificar y desenmascarar las lecturas facciosas, autentificar el discurso histórico y dotarlo de significado, esclarecer a la par las causas y las consecuencias, da sentido a nuestro presente y nos proyecta hacia el futuro. El tejido de la historia sostiene nuestra identidad y enfila nuestro pensamiento hacia la comprensión del mundo; pero intercambiar lo pasado por "lo deseado", construir una memoria desde los sesgos del presente, empatar la historia con la agenda en turno, desdibujar los acontecimientos con el nebuloso manto de la fabulación y de la mitificación para injertarlos a modo en el ideario popular; enturbiar, desacreditar, deformar o negar una parte de nuestro pasado para implantar una determinada visión ideológica, imponer el lado más "conveniente" de la historia o vindicar con ella las posiciones, las decisiones o los yerros actuales, no es más que deformación demagógica, definición desde el poder de la "verdad histórica", oficialización manipulativa de esas "interpretaciones" que suelen afianzar y legitimar el poder. Mussolinni y la Italia fascista se adueñaron de los viejos mitos de la Roma imperial para conferir a su movimiento legitimación histórica y dar sentido al nuevo Imperio Italiano proclamado por "Il Duce" el 9 de mayo de 1936. Así, calificaría la celebración de la fundación de Roma (el "Natale di Roma") como una "jornada fascista"
Mediante el "uso político" de la historia, los populismos latinoamericanos (incluido el batiburrillo ideológico de nuestro ignorante supremo) buscan reinventar la "mitología nacional", trasladar a la historia sus visiones maniqueas, sus concepciones polarizantes, su divisionismo a ultranza; reforzar los lazos identitarios con que el líder se asimila a las masas, con los que se adueña del "mandato" y de la "voluntad" que emana de esa entelequia a la que llaman "pueblo", a la que revisten de virtud, de fortaleza moral y de sabiduría incuestionable para oponerla como barrera infranqueable a sus adversarios y detractores, para violentar las instituciones, socavar la democracia, sortear los obstáculos que plantea la ley y hacer prevalecer su pensamiento monolítico.
Es así que nuestro inquilino de Palacio, nuestro Chávez tabasqueño (motor de retroceso y de fracaso, paladín incuestionable de la mediocracia, derrochador infatigable de la ineptitud y la ignorancia, declarado combatiente de la superación y al "aspiracionismo"), ha decido manosear nuestra historia, salpicarla con su insensatez, recrearla y mancillarla desde la óptica miope de sus dislates ideológicos, emplearla para refrendar su conveniente planteamiento del "ellos y el nosotros", para acicatear en el ideario popular las manidas visiones maniqueas que suelen separarnos en polos irreconciliables, en "buenos" y en "malos", en "víctimas" y "victimarios", en "conquistadores" y conquistados", en "invadidos" e invasores", en "humillados" y "ofensores": Simbolismos inconfundibles de las polarizaciones populistas (el "pueblo" y la "oligarquía", los "neoliberales" y los "progresistas", la "honestidad impoluta" y la "corrupción rampante", el "antes" y el "ahora"). Tras rescatar la "leyenda negra", tergiversar la historia para equiparar en el ideario popular al México de hoy con los pueblos procedentes del Norte que formaron el Imperio Mexica y que sometieron entonces a los pueblos nativos; tras asumir sin fundamento alguno que 1321 es la fecha de fundación de la antigua Tenochititlan (lo que a decir del propio Matos Moctezuma, máxima autoridad en la materia y director del Proyecto Templo Mayor, "no está basada en nada"), tras rescatar la vieja visión pro-indigenista para implementar las viejas prácticas del paternalismo y del asistencialismo, tras borrar de un plumazo las aportaciones hispanas y nuestra realidad mestiza y plural, tras recurrir incluso a panteones históricos ajenos (al conmemorar el 238 aniversario del Natalicio de Simón Bolívar, figura tantas veces utilizada por el Chavismo para legitimar y apuntalar ese engendro de manipulación y retroceso, esa dictadura infame e inhumana a la que llaman ahora "Revolución Bolivariana"), nuestro ignaro palaciego, nuestro nesciente mandatario, ha decidido reescribir la historia (menudo bodrio): ha decidido replicar la antigua Tenochtitlan en la Plaza de la Constitución (al lado mismo de las ruinas del templo mayor), ha cambiado el nombre del "Árbol de la Noche Triste" por el de "Árbol de la Noche Victoriosa", ha convertido nuestra Avenida "Puente de Alvarado" en "México-Tenochtitlan, ha proyectado el parque temático de Aztlán en los terrenos de la Feria de Chapultepec, ha sentado a Fidel Castro y al Che Guevara en una banca del parque Tabacalera y ha desaparecido para siempre al viejo Colón del Paseo de la Reforma.
Lejos de fomentar el conocimiento de la historia, de aproximarnos desde un enfoque académico a la verdad de nuestra esencia, de amalgamarnos en una sociedad multiétnica y pluricultural, enriquecida por nuestra herencia hispana e indígena, nuestro inquilino de Palacio, nuestro publicista sin sueldo de la imbecilidad y la rusticidad, nos sumerge en esa "historia" que confronta y divide, que polariza y confunde; la del "maldito gachupín", la del "Cortes sanguinario", la del "pueblo bueno", la del "imperialismo yanqui", la que solicita "disculpas a España", la que reniega de sus orígenes para arrancarse de la piel una parte de su identidad.
¡Saca tus manos de mi historia!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina