Recubiertas por "razones" inamovibles, planteamientos doctrinarios y creencias petrificadas, las ideologías adquieren su
sólida apariencia, su engañoso oropel de contundencia "argumentativa", de verdad inapelable, de fortaleza conceptual. Tras sus trastrueques de ideas, sus burdos escamoteos intelectuales, sus malabarismos retóricos y su lógica parcial y mutilada, esconden su debilidad, su naturaleza tosca, su simplismo grotesco, su fundamentación superficial. Ajenas al diálogo con la realidad, a los ajustes derivados de la observación o la experiencia, a la vocación y a la voluntad autocríticas, se refugian en los "credos", en los manuales impuestos, en la repetición formularia, en el eslogan doctrinario, en la narración preconcebida que absolutiza el pensamiento; pretenden desarticular nuestra mente, confinarla a su función asimilativa, reconfigurarla a la medida de algún fin, cerrarla a toda injerencia relacional para evitar su "contaminación" con influencias ajenas. Las ideologías son a menudo el vehículo de la confusión, las armas letales que suelen esgrimir los ignorantes y los mediocres. De fácil digestión, achatadas por la sobresimplificación de los fenómenos complejos, afectadas por ese tipo de reduccionismo que desdeña la diversidad y desprecia los matices, dotadas de una fuerte carga emotiva y "visceral", planteadas a menudo como dilemas dicotómicos irreductibles e irreconciliables (liberal-conservador, "aspiracionista"-solidario, pueblo-antipueblo), las ideologías son un cristal opaco, una ventana estrecha para asomarse al mundo. Mientras la razón se inclina ante la verdad e intenta levantar el enorme edificio del conocimiento sobre una ingente cantidad de evidencias, sólidamente contrastadas y ancladas en la realidad, libres de prejuicios, de intuiciones o de valores subjetivos, la ignorancia del ideólogo rehúye la verificación, se atrinchera en la retórica, en la ponderación ciega de esas opiniones cerradas e inamovibles que rigen su espacio. De ahí su peligrosidad, su rigidez conceptual, su uso fuertemente "ideologizado" de las palabras y del lenguaje, su narrativa incendiaria y categórica, su pretensión de arrastrar bajo los fuertes vientos de la seducción y el prejuicio, todo intento de resistencia crítica. Así el demagogo, como el titiritero, sujeta a las masas con los hilos de su narrativa, condimentando cada palabra con una carga emocional, con el sesgo de la posverdad, dotándolas de un significado distinto, autónomo, irreflexivo, casi mágico: Así, palabras como "pueblo", "bienestar" o "transformación" han quedado convertidas en mantos de pureza, en referentes de legitimación, en sinónimos de bondad o de superioridad moral. Manipular el lenguaje es la vía más eficaz de controlar la realidad; a menudo Hitler llamó a la "paz" y afirmaba que su dictadura era la "verdadera democracia". Las ideologías intentan infiltrar en el lenguaje y en la cultura los sesgos convenientes, incorporar el prejuicio en el imaginario de las masas, modificando así su comprensión del mundo. De igual modo, como incesantes gotas que taladran la piedra, las palabras pueden horadar la mente, contaminar la conciencia con su infausto veneno, instrumentalizar los odios o el resentimiento social, capitalizar a favor de alguien el desconocimiento o la ignorancia: Así, transformado por nuestro manipulador por antonomasia en estigma y en pecado mortal, el término "neoliberal" (al margen de su verdadero significado, de sus matices, bondades intrínsecas, alcances, ventajas o limitaciones) se equipara a la maldad, a la inmoralidad misma, a la corrupción y al fracaso. Basta aproximarse a él para infectarse con la plaga inmunda, para contraer sin remedio la enfermedad mortal. Contaminación por cercanía, dardo ideológico infalible contra el disidente o contra el adversario, contra el incómodo o el crítico. No extrañan así las declaraciones aberrantes de nuestro ignorante supremo:
¿Qué hizo el neoliberalismo o qué hicieron los que diseñaron para su beneficio la política neoliberal, qué hicieron?
Una de las cosas que promovieron en el mundo para poder saquear a sus anchas fue crear o impulsar los llamados nuevos derechos. Entonces, se alentó mucho, incluso por ellos mismos, el feminismo, el ecologismo, la defensa de los derechos humanos, la protección de los animales.
Muy nobles todas estas causas, muy nobles, pero el propósito era crear o impulsar, desarrollar todas estas nuevas causas para que no reparáramos, para que no volteáramos a ver que estaban saqueando al mundo y que el tema de la desigualdad en lo económico y en lo social quedara afuera del centro del debate. Por eso no hablaba de corrupción, se dejó de hablar de explotación, de opresión, de clasismo, de racismo.
Se ha quedado muy corto en sus afirmaciones José Miguel Vivanco, director de la División de las Américas de Human Rights Watch, al señalar que la arremetida de Obrador contra "la protección de los derechos humanos", los "nuevos derechos", "el feminismo" y "el ecologismo" como meras excusas para robar, es la expresión de un "desquiciamiento total".
¡Llamemos al pan, pan... y dejemos al imbécil que cargue su imbecilidad!
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina