Crece el número de periodistas agredidos y asesinados, se multiplica el
feminicidio en el país, se vuelven a atacar a soldados mexicanos en Michoacan, otra vez, y en Guerrero. Mientras AMLO dice “abrazos no balazos”, “soy pacifista”, “ el ejército no va a ser usado para reprimir”. O sea, de 6 a 7 de la mañana el Presidente se reúne con lo que llama el gabinete de seguridad y sale a las mañaneras a declarar que todos “somos felices”. Lo cierto es que en las calles la violencia está fuera de control. Asaltos de retenes falsos en carreteras contra traileros, rateros que hacen de las suyas en el transporte público, activistas que destruyen monumentos nacionales y propiedad privada, supuestos maestros y huachicoleros que secuestran casetas de peaje en todo el territorio. Pero somos felices. Y brincamos de gusto cuando vemos la enorme corrupción y mafias como en la alcaldía de Tláhuac. Gritamos de euforia al ver a seres humanos mutilados y colgados en Chihuahua. Aplaudimos a rabiar al entérenos que no hay medicamentos urgentes para niños en fase terminal. Brindamos toda vez que nos enteramos que en la Seido ni papelería hay para continuar con investigaciones contrata el crimen organizado. Si, vivimos en una permanente fiesta cuando acarreados abuchean a gobernadores o se nos hace creer que el desorden en migración es nada más un pleito temporalero entre Alejandro Encinas y el padre Solalinde quien, este último, se dedica a desprestigiar a todo aquel que no apoye a su “hermano” Andrés Manuel. Nunca pensamos ser una comunidad tan intensamente feliz observando los frecuentes tiroteos ya no sólo en antros sino en la vía pública. Esperamos con desesperación los nuevos “spots” presidenciales para informarnos que desde que llegó la Cuarta ya no hay corrupción. Nunca antes nos abrazábamos del gusto que nos da que en un año no han podido vender ese avión que ni Obama tenía. Usted que me lee tiene la menor conclusión, nada más por favor, guarde paciencia, no desperdicie las botanas porque la fiesta va para largo.