Se acerca la máxima manifestación de honor y gala del Ejército Mexicano: el
desfile del 16 de septiembre conmemorativo a nuestra Independencia y motivó que demuestra, unidad con la nación y sus habitantes, y la integración de una institución sólida capacitada, adiestrada y entregada a la defensa de México. Un desfile de gallardía, de disciplina. Y ahí el Jefe Supremo, el Presidente. Pero ahora también las cosas son muy distintas. Es la primera ocasión que el Ejecutivo Federal de una u otra manera ha solapado y consentido la humillación a los integrantes de las fuerzas armadas por células de inconformes y grupos de criminales. Nunca antes se habían visto imágenes cómo el uniforme militar es mancillado, arrastrado y ultrajado mientras el Jefe Supremo anticipa “abrazos, no balazos”. Pero algunos ya se cansaron y están levantando la voz. No quieren presentarse ante la sociedad humillados y denigrados. Hay reclamos firmes y enérgicos. Suman 126 agresiones contra las Fuerzas Armadas en lo que va del año, once militares han perdido la vida y 40 más han sido heridos. Y esto en cumplimiento con su responsabilidad y órdenes recibidas. Han defendido a la Patria pero han sido golpeados por sicarios, huachicoleros, comuneros, líderes crimínales y la respuesta de las autoridades es grotesca, ofensiva, incluyendo, con todo respeto, al General Luis Cresencio Sandoval González, quien en su matrícula presume distinciones, reconocimientos, importantes grados académicos y enorme experiencia castrense pero que en el ejercicio de rigor tendría que sacar el pecho por los suyos, los hombres y mujeres de uniforme que están dispuestos a sacrificarse para salvar la vida de otros. Y no es fácil ser soldado mexicano. Desde el 94 se les sometió a una durísima prueba contra los zapatistas recibiendo la orden de retroceder. Luego se les ha obligado a combatir al crimen organizado sufriendo traiciones, emboscadas, asesinatos. Se les ha tomado como policías, ahora como vigilantes migratorios, se les quiere persuadir para ser albañiles constructores de pistas de aviación o vigilantes de huachicoleros. Se había prometido que a la llegada de la 4aT regresarían a los cuarteles y no es así, se les invita a pelear con asesinos sin estrategia, desapareciendo al Estado Mayor, intentando vender la flotilla de aviones militares, reduciendo los presupuestos en materia de inteligencia y ofreciendo indulgencias, indultos y amnistías a quienes han herido a la nación. Cierto hay muchos cobardes tras curules en el Congreso que por no perder sus cotos y cuotas de poder, guardan un criminal silencio frente al temor de los discursos incendiarios de una izquierda equivocada que siempre acusó a los soldados de represores y asesinos (revisemos los discursos por ejemplo de Epigmenio Ibarra). Nuestros soldados quieren salir a las calles de nuestra ciudades este 16 de septiembre con orgullo, mereciendo reconocimiento y demostrando que son una institución que no merece que la manden al diablo.