Este sábado recién pasado se llevó a cabo un partido de tenis entre Roger Federer y Alexander Zverev, uno suizo el otro alemán.
La plaza de toros se convirtió en la cancha más grande del mundo con un aforo de casi 43 mil espectadores.The Greatest Match. Federer con esto tocó el cielo y lo reconoció cuando dijo que no todos los días se puede jugar ante más de 40 mil aficionados. Para darnos una idea, el registro anterior fue en Bruselas en el 2010, con 35,685 asistentes. El evento mexicano fue estrictamente para fifis que pretendían creer estaban en Wimbledon. Los precios oscilaron entre los 8 y 2 mil pesos y el consumo de botanas y líquidos no era nada barato, una cerveza 150 pesos y una papas que apenas llenaban un vaso 70 pesos, la renta de cojines 20 pesos. El público mimetizado en su presentación no acabando de entender si acudían a la fiesta brava o al deporte blanco. Damas de tacón alto, chalina, abrigo, pantalon ajustado, jóvenes de shorts, muchos con camiseta con las siglas de Federer, la mayoría de mezclilla, algunos ostentando caras gafas de sol, otros más de pants. Todo empezó a las cinco de la tarde con un partido previo en donde Mexico, en dobles, ganó a los Estados Unidos. Para entonces el inmueble no llegaba ni al 60% de su capacidad. La tarde fue cayendo, los ánimos incrementándose y puntual a las siete el joven tenista, con lleno total, apareció despertando el griterío unánime “Roger, Roger”. Vino el calentamiento y empezó el juego. Y lamentable pero también inició el burdo comportamiento de la gente. El tenis requiere como regla y protocolo mantener silencio por varias razones, principalmente, la concentración de los jugadores y escuchar las indicaciones de los jueces. Una determinación de un juez no atendida por ruido externo puede producir perder un set. Eso sí, los aficionados conocedores todos hablaban de “match point” o de “break point” o “love” o “ tie break” o “ace”. Todos presumidos conocedores. Pero al momento de cada jugada, cuando se pedía silencio aparecía la voz femenina “Roger te amo” entonces la voz masculina del otro lado de la tribuna “cállate pendej...” y un tercer “chingu...a su madre”. Venia el saque se ganaba el punto y aplausos generalizados. Se preparaban para la próxima oportunidad, el juez pedía silencio y los gritos “Roger hazme un hijo” , “cállate naca”, “Roger, olé, olé, olé”. Fue tal la incomodidad que Federer hizo un gesto de hastío, de enfado, miró al juez y otra vez se solicitó silencio. “Eres Dios Roger”, “ y tú un naco” se escuchó la réplica, y por supuesto, el clásico chiflido de cinco tiempos. Y así todo el encuentro. No hubo un espacio para corresponder ni a los jugadores, ni al prójimo, ni al evento, vamos ni siquiera representaban en lo económico lo que habían pagado por el asiento. Un juego de leperadas, ofensas y majaderías con su mejor repertorio. Pero todavía más, aún no salían de la cancha Federar y Zverer con sus reconocimientos ( un árbol de la vida de barro y plata y un sombrero de charro) cuando el público empezó a divertirse lanzando a la cancha los cojines simulados de asientos. En el altavoz se pedía no hacerlo pero no resultó. Jóvenes fifis que seguro estoy pagan cara su educación y son propietarios de un carro de lujo, luciéndose con sus novias para ver quién le atinaba a alguien el fondo de la cancha. No cabe duda, en conclusión, que el dinero, la imagen o la presunción de ser ilustrados en el deporte no detiene en ocasiones a ese patán que negamos ser.