El Papa Francisco decidió darse una vuelta por este atribulado país que cuenta con una de las feligresías más fieles para el catolicismo, y con uno de los santuarios más visitados del mundo: La Villa de Guadalupe. Tan importante suceso mereció la atención y el gasto de las estructuras gubernativas del país, y la Ciudad de México desembolsó cerca de ochenta millones de pesos. Pero los que pagamos somos nosotros mientras el señor Miguel Ángel Mancera "hace caravana con sombrero ajeno" y sigue viento en popa con su campaña hacia la Presidencia de la Republica.
Ni que decir de Ecatepec, donde se construyó una infraestructura para albergar a más de trescientos mil fieles que desfilaron en perfecto orden a la hora de arribar y retirarse. Vaya que nos dimos gusto, porque para eso somos bastante buenos y cooperativos.
El Papa Francisco ha renovado la esperanza de los mexicanos, eso que no han logrado hacer nuestros conspicuos hombres y mujeres que se dedican al oficio político. Pero también dijo verdades que debieran merecer un poco de atención de quienes de una u otra forma marcan el rumbo del país. Y no me refiero únicamente a los políticos y a la clase gobernante, sino a esos hombres y mujeres que han alcanzado las condiciones óptimas para su desarrollo, lo que no han podido hacer la mayor parte de los más de ciento veinte millones que habitamos este país. Para decirlo claro y preciso, el Pontífice puso el dedo en la llaga de nuestras desigualdades y nuestra inequidad.
Francisco pidió a los mexicanos no dejarse caer por el dinero, la fama y el poder, porque son las tentaciones que dividen a las personas. Cuanta razón existe en las palabras del carismático líder del catolicismo, porque esos elementos son los que mayormente marcan nuestras malditas desigualdades y las carencias que pasan la mitad de los mexicanos, y que después de doscientos años de fundado el país seguimos manteniendo en la pobreza y la miseria. Fue puntual en el sermón: "la riqueza, la vanidad y el orgullo son tentaciones que buscan degradar y degradarnos", y lamentablemente nos retrata de cuerpo entero porque la riqueza de los pocos mantiene en la degradación a los muchos, y lo peor es que la vanidad y el orgullo, sumado a la ineficiencia de nuestros gobernantes, abren más la brecha de las desigualdades.
Con esa sabiduría que distingue a los prelados de la alta jerarquía eclesiástica, Francisco descalificó las tentaciones forman y conforman una sociedad dividida y enfrentada, una sociedad de pocos y para pocos. Y no es cualquier cosa lo que dijo el Papa Francisco, pero pareciera que tiene que venir un líder religioso para abrirle los ojos a esos que concentran la mayor parte del Producto Interno Bruto de este país y a quienes les permiten que lo sigan haciendo, porque la olla de presión en que han convertido al país ya no aguantará mucho. Ojalá lo entiendan. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.