Bien decía Don Porfirio Díaz, hasta ahora considerado por muchos analistas de la historia como el mejor presidente de este país, que la diferencia entre México y Estados Unidos es solamente una: allá gane quien gane, de inmediato se unen en torno a quien dirigirá los destinos de la nación, mientras que en México, el Presidente en
turno es el villano a quien hay que eliminar como sea, y el perdedor siempre intentará hacerse del poder por otro camino distinto al de la democracia. Mucha razón tenía el hombre de Oaxaca, porque si algo ha detenido la marcha de este país es una clase política corrupta, ambiciosa, ineficiente, y que solamente ve por sí misma y no por los demás, y lo peor es que en todos los partidos se presenta el mismo escenario.
Después de su deposición por la avalancha en que se convirtió en la etapa que conocemos como La Revolución Mexicana, las cosas tomaron un cariz distinto y el costumbrismo se modificó. El culto a la personalidad se convirtió en la identidad del régimen, y el caudillismo instaurado por Plutarco Elías Calles fue circunscrito solamente a seis años. Así hemos transitado dese entonces, pero en los últimos ocho sexenios las cosas han venido cambiando para mal, porque la figura presidencial cada día está más acotada y menos prestigiada. Desconozco si la referencia de Porfirio Díaz sobre el sistema norteamericano haya sido una ocurrencia del viejo General, pero hasta ahora el canibalismo ha sido propio de los políticos, y desde que el Partido Revolucionario Institucional dejó de ser hegemónico, festinar los yerros y colocar piedras en el camino de los mandatarios es el deporte favorito.
Claro está que en cualquier sistema democrático las oposiciones siempre tendrán la obligación de controvertir las decisiones del ejecutivo en turno, pero nosotros hemos sido tan mediocres que con tal de que el de enfrente no avance, se tiene que hacer hasta lo imposible por colocarle escollos hasta provocar el fracaso, aunque con ello también fracase el país y hayamos caído en el círculo vicioso de incrementar nuestros niveles de pobreza exponencialmente.
Por eso hablo de la mediocridad que en su momento señalara Porfirio Díaz acerca de la enorme diferencia de nuestros sistema político y la naturaleza de los políticos norteamericanos. No sé si ello los haya conducido a ejercer el dominio del mundo, pero a nosotros nos ha servido para incrementar nuestras carencias, a hacer más pobres a los pobres, a institucionalizar la mala calidad de vida, y a convertirnos no en adversarios políticos, sino en enemigos. La muestra es la perfidia con que ahora se acusa a Enrique Peña Nieto. Y no se trata de defenderlo, sino de insistir en que nuestra propia mendicidad es la que nos tiene situados en el lugar en que estamos. Pero también hay que decir que esa dinámica política no la hemos podido cambiar porque así funciona este sistema político y eso es parte de nuestra mediocridad. No intentar modificarlo ha sido nuestra Cruz. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.