No tardó mucho en reaccionar el señor Andrés Manuel López Obrador una vez que el candidato a gobernador del Estado de México, el perredista Juan Zepeda, lo mandara a volar después de darle un ultimátum para declinar en favor de la candidatura de Delfina
Gómez.
Debe haber sido mucho el escozor de la negativa del candidato perredista que de inmediato volvió a las andadas y calificó al Partido de la Revolución Democrática como “alcahuete de la mafia del poder”.
El tabasqueño aseguró en un mitin en Nezahualcóyotl, bastión del sol azteca, y donde acompañó a Delfina Gómez, que votar por el PRD significa votar por la mafia del poder. Textualmente espetó: “ya ha quedado claro que están al servicio de la mafia del poder, que sean en el caso del Estado de Mexico”. El enojo del señor López ante la negativa de Juan Zepeda ha sido mayúsculo y los acusó de no querer la transformación de México.
Claro está que de inmediato intentó corregir al asegurar que el emplazamiento que les hizo no fue una amenaza y mucho menos una advertencia, sino una definición en los momentos históricos para el país. Claro está que colocar el interés del país enfrente de los demás para que se sujeten a sus clásicas disposiciones autoritarias no es más que la reafirmación de su concepción de que, quien no está con él está en su contra, y por lo tanto se convierte en su enemigo.
Creo que López Obrador equivocó esta vez el camino, porque hace seis años todos los partidos de la izquierda mexicana se colocaron a su lado aceptando incondicionalmente que sería él y nadie más, quien dispusiera el destino final de los recursos públicos de cada fuerza política. Al obtener su segunda derrota, simplemente se despidió de ellos y comenzó a conformar lo que hoy se conoce como el Movimiento de Regeneración Nacional. De los recursos, ni siquiera cuentas rindió para entregarlas al IFE.
Andrés Manuel López Obrador no puede llamarse sorprendido por la negativa del perredismo a plegarse a sus designios porque los ha tratado dictatorialmente, y si bien logró que el coordinador en el Senado, Miguel Barbosa Huerta, y diez de sus homólogos se pronunciaran en favor de su candidatura, lo cierto es que llegaron con una mano adelante y una atrás, porque ninguno de ellos puede disponer de los recursos públicos que por ley se otorgan a la bancada.
Andrés Manuel López Obrador pretendió convertirse nuevamente en dueño de las izquierdas del país, pero fracasó por la sencilla razón de que nunca supo sentarse en la mesa de las negociaciones y colocó por delante su talante autoritario. No tener al PRD de su lado le representa una crisis que quizá no pueda superar, porque de nada le sirve la militancia si no cuenta con las prerrogativas para justificar el enorme gasto que está realizando con dinero sucio proveniente de la mafia del poder que representa. Al tiempo.